Qué larga es la vida, sí, qué larga, porque en este domicilio provisional que llamamos Planeta Tierra sólo hemos venido a inaugurarla. Algunos arrancan viviendo con 30, otros 86, muchos alcanzan los 90 años, pero no han hecho nada más que empezar. Todo ser humano que abre los ojos a este mundo ya ha empezado a vivir una vida que jamás se marchitará. Por eso conviene arrimarse mucho a Jesucristo, porque pone a nuestra disposición el Espíritu Santo, en el que no existe ni pizca de corrupción. Cuánto de estas cosas dijo el Señor a los suyos y qué poco lo entendieron en vida. Siempre el Maestro remataba sus promesas diciendo: “para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud”. Esta es la encomienda de un cristiano, ser portador de la alegría, porque hay más vida de la que vemos.

A veces pasa que uno quiere exprimir los años como si todo cupiera en ellos, y hay que aprender a tocar el saxofón, y recorrer todas las ciudades importantes de EEUU, y tener miles de seguidores en las redes sociales, y no perderse en verano una sola fiesta. Así nunca llega el futuro, así llegan los infartos. Un amigo que murió prematuramente me dijo una vez que en esta vida sólo hay que aprender un par de cosas, a lo sumo tres. Es verdad, bien poco hay que guardarse en el haber. El otro día tuve una reunión con amigos y les decía que nadie les robara los tres regalos escondidos que hay que saber descubrir: madurar la relación con Dios, aprender a establecer vínculos y procurar la mansedumbre. Y a partir de ahí, que lleguen los aliños opcionales. ¿Qué hace el Espíritu Santo?, facilitarnos el gusto por esos tres tesoros. Por eso, antes de la fiesta de Pentecostés, debo ir pertrechado de ese tiempo gratuito gastado en la capilla que tengo cerca de casa, a la que siempre me da pereza ir, y aprender a encontrar en mi interior el lugar donde cesa toda arrogancia. Ese tiempo que parece una pérdida, porque nada sucede, es el lugar dónde se aprende a establecer vínculos, a vivir en mansedumbre, a querer a Dios.

Qué larga es la vida. No te la gastes en la oficina cuando todos se han marchado y crees que sin la presencia de los compañeros tienes más tiempo para adelantar trabajo. Ve a tu casa y cena con el amor de tu vida y con tu hijo, que te ha pedido un millón de veces que le termines de inventar el cuento que un día empezaste y que ya no sabes cómo seguir. Que en esta vida sólo sembramos, y hay que hacerlo bien.