La poesía es la cualidad que tenemos los seres humanos de encontrar la armonía que une todo lo que existe, y hallar las palabras que sepan expresarlo con belleza. Todos sabemos que en la vida hay mucho más de lo que se nos ofrece a los sentidos. Por eso, la poesía no es el oficio de un especialista tocado por las musas, que empuja hacia arriba la sintaxis. Lo que más nos diferencia de los perros y de las hortensias, es la mirada poética. El enamorado que se casa con su novia, ejercita una acción poética sin él mismo saberlo. Porque no ve en su prometida solamente su carne o los efectos de su risa, sino también un futuro compartido, ve dos en uno, entiende la vida como un lugar ocupado por dos que han entrado en comunión, nota el alma ajena tan cerca como la propia, y todo en un dulce plano invisible que los sostiene.

El ser humano vive y piensa más de lo que puede alcanzar a decir. Por eso los que se aman se regalan flores y tienen un millón de detalles, porque siempre nos quedamos muy cortos en lo poco que expresamos. La única diferencia entre el poeta canónico y la mirada de cualquiera de nosotros, es que aquél pone nombre a la puesta de sol con palabras asombrosas mientas que nosotros nos quedamos mudos por la sorpresa.

Todo esto lo digo porque el Señor hablaba poéticamente. Lo hacía siempre, te doy tiempo para que lo compruebes. Mirad los lirios del campo, ni tejen ni hilan… yo soy la puerta de las ovejas… vosotros sois una ciudad puesta en lo alto de un monte… cargad con mi yugo… el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna… Y los discípulos, que tenían poco desarrollada su mirada poética porque sólo sabían de peces y salarios, se sorprendían de las palabras del Maestro, como lo hacen en el Evangelio de hoy, “Entonces algunos de sus discípulos comentaban entre sí: «¿qué significa esto que nos dice: ‘Dentro de poco ya no me veréis, y poco después, me volveréis a ver’?. ¿Y que significa: ‘Yo me voy al Padre’?». El Señor se refiere a que llegará a ellos el Espíritu Santo y con Él ya no se sentirán jamás solos, pero no renuncia a su hablar poético. Exige de los suyos una nueva mirada a la realidad, que miren el mundo tal y como Dios lo hace. Y ahí entramos también nosotros.

Los cristianos del siglo XXI tenemos más suerte que los Doce, porque el Espíritu, a lo largo de la historia, ha ido regalándonos luz para comprender el alma de Cristo, su divinidad, su propósito… Se nos pide agudizar la mirada poética, entrar en comunión con el Señor y dejar a un lado tanto que creemos saber de salarios y peces.