En 1932, Scott Fitzgerald escribe para un diario neoyorkino uno de los mejores reportajes periodísticos que resumen la década de los años veinte, esos que se denominamos los locos años veinte. Decía que la provisión de desenfreno superaba la de París, los espectáculos eran más vastos, los edificios más altos, la moral más laxa y el alcohol más barato. Pero tantos beneficios no redundaban en un gran deleite. Los jóvenes se consumían pronto, “a los veintiuno ya eran duros y lánguidos”. De los que no eran alcohólicos, muchos se pasaban cuatro días de los siete achispados. La resaca era un tramo del día tan consentido “como la siesta española”. El esfuerzo no tenía dignidad contra la mera abundancia de la época. Nueva York estaba hinchada y repleta. El escritor despacha estos juicios con la perspectiva de la apisonadora del crack del 29, cuando todo se vino abajo y los neoyorkinos tuvieron que sobrevivir comiéndose las palomas de Central Park. En un momento cuenta que antes de partir para Francia, echa un último vistazo a la megalómana metrópolis, vencida como una Babilonia de arena, desde la terraza del Empire State, y dice, “el neoyorkino había visto con desconsuelo lo que nunca se había permitido sospechar: que la ciudad tenía limites”.

La gran enseñanza del ser humano está siempre en hallar los límites, superados ya no se juega con las cartas de la verdad, sino con insinceridad y artificio. La alegría ya no es tal, sino un sucedáneo. Dentro de los límites está el yacimiento en el que tenemos que picar, sobrepasar la frontera es perderse. Y Fitzgerald lo descubre desde el pico de hierro más alto del planeta, el Empire State. La obsesión con llegar más arriba no es humana, la verdadera conquista es más adentro. Cuando el Señor se va al Cielo no asciende como un rascacielos a un lugar desde el que nos ve como pequeños insectos que cruzan las calles como pueden, perseguidos por sus míseros horarios. Cristo no asciende a una cúspide geográfica, no se va. Cristo viene más adentro. ¿Esto se entiende? Comprender con entusiasmo de adolescente este misterio es capital para dejarse alcanzar por Él. Dios no sigue el criterio humano del exceso, más arriba, más lejos, más en superficie; sino más abajo, más cerca, más al fondo. No es lo que esperaba el judío de la época, que soñaba más bien con un libertador de espada en ristre. Resulta que Dios sencillamente se agachó y pasó como uno de tantos.

Por eso el reto del cristiano que vive apasionadamente este siglo está en vivir las palabras del Maestro Eckhart, del siglo XIV, el hombre tiene que aprender a pasar a través de las cosas, y aprehender a su Dios dentro de ellas”. Es una sentencia magnífica. No dice pasar por encima de las cosas, sino a través de ellas, ensartándolas, porque el mundo nos importa. Y en ese mundo late un corazón divino esperando ser vislumbrado por el alma sensible.

Cuando hoy oigamos en misa decir al sacerdote “levantemos el corazón”, será un instante de profunda revelación. En ese momento Dios nos concede plaza de arquitectos, nuestra construcción de ahora en adelante será  la elevación del corazón, no más allá de Empire State, sino más adentro de la mina.