Comentario Pastoral

EL ESPÍRITU QUE DESCIENDE

Hoy termina la cincuentena pascual, el espacio festivo que celebra el misterio de nuestra
salvación por medio de la muerte y glorificación de Jesucristo. En este día de la
Cincuentena o Pentecostés, los judíos conmemoran la entrega de la ley en el Sinaí y
los cristianos celebran la entrega de la nueva ley que no está escrita en piedra, sino en el
corazón: la ley del amor que es obra del Espíritu.
Hoy el Espíritu de Dios llena el universo, santifica a la Iglesia, difunde sus dones, llena los
corazones del fuego del amor y mueve hacia el conocimiento pleno de la verdad.
¿Qué significa celebrar Pentecostés? Significa tomar conciencia de nuestra ciudadanía
celeste, reconocer el valor de lo espiritual sin evasiones, profundizar en la vivencia pascual,
descubrir el pluralismo en la unidad y alcanzar la convergencia en la fe. Pentecostés es la
fiesta del aire nuevo, del viento impetuoso que viene de arriba para barrer, purificar y oxigenar
nuestras estancias contaminadas y mortecinas. Pentecostés es día de fuego, de transmisión
de calorías de fe y esperanza a nuestros corazones ateridos. Pentecostés es tiempo de
comunicación con palabras auténticas de amor y de perdón, que superan el frío lenguaje
institucionalizado.
La Iglesia comienza a andar en Pentecostés, que es día de catolicidad y por lo tanto de
expansión misionera. Por la acción santificadora del Espíritu, la Iglesia es en el mundo la
anti-Babel, pues en ella las diversas lenguas encuentran su unidad en la confesión del nombre
del Señor.
Para los creyentes, el Espíritu es torrente de vida abundante, fuente de energía que
capacita para imitar a Jesús, manantial de alegría eterna y origen de la paz verdadera que es
fruto del perdón de los pecados. El cristiano necesita la sacudida de un constante Pentecostés,
para no quedarse en una quietud cobarde y en una inactividad estéril.
Pidamos que el Espíritu descienda sobre nosotros para que seamos hombres con espíritu,
con aliento de vida transcendente, con empuje creador. Supliquemos a Dios que su
Espíritu sea para todos maestro, abogado defensor y revelador de la Palabra. Deseemos el
Espíritu que es causa de plenitud para el mundo y origen de la nueva creación.
Terminemos la oración inspirándonos en la Secuencia:
«Ven, dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas y reconforta en los duelos». Que el
Espíritu Santo encienda en nuestros corazones la llama de su amor. Aleluya.

 

Andrés Pardo

Palabra de Dios:

Hechos de los apóstoles 2, 1-11 Sal 103, 1ab y 24ac. 29bc-30. 31 y 34
san Pablo a los Corintios 12, 3b-7. 12-13 san Juan 20, 19-23

 

de la Palabra a la Vida

Con tres imágenes, a la manera de tríptico, quiere ilustrarnos el domingo de Pentecostés
acerca del misterio que celebramos: la noche, el don del Espíritu, serían la primera imagen.
La segunda es la mañana, la comunidad, la unidad de la Iglesia. La tercera es la Iglesia que
celebra y vive con esos dos dones, el Espíritu y la comunidad. Podemos fijarnos en estos
tres elementos brevemente:
«¡Paz a vosotros!» De esta feliz forma saludaba el Señor a sus discípulos. El saludo del
Señor remite a dos vínculos de Cristo cuando aparece resucitado ante los suyos: Uno es el
vínculo con su Pascua, con su muerte y resurrección. Cristo ha obtenido la paz para todos,
el perdón de los pecados. Su saludo es un saludo pascual: Que la alegría de la Pascua esté
con vosotros. También es un vínculo con el Padre, pues «como el Padre me envió, así os
envío yo». Se establece una comunión entre el Padre, que envía al Hijo, y el Hijo, que envía
a sus discípulos. Tanto es así, que la Iglesia reserva ese saludo para los sucesores de los
apóstoles: ¡Paz a vosotros! La comunión con el resucitado nos viene por los testigos del
resucitado, por aquellos que han recibido de Él mismo el saludo pascual. En esas pocas
palabras del Señor se contiene su misión, la que les va a vincular con Él cada vez que la
ejerzan: el perdón de los pecados. Como Jesús ha perdonado, perdonarán ellos.
Pero si Juan, en el evangelio, nos lleva a los sucesos en la noche, Lucas, en la primera
lectura, nos habla del don del Espíritu que se da en la mañana. Para san Lucas, la atención
tiene que dirigirse hacia la formación de la comunidad: el Espíritu va a crear un grupo en el
que, con distintos dones, en distintas lenguas, la fuente y el objetivo son los mismos. El
resultado de ese don de lenguas será una sola comunidad cristiana, viva, creciente, valiente,
que anuncie a Jesucristo. La fiesta de Pentecostés, que el pueblo de Israel celebraba en
Jerusalén va a abrir las puertas a unas nuevas primicias para Dios: la Iglesia. Esta Iglesia, al
contrario que aquella torre de Babel, se elevará hacia Dios no por sus propias fuerzas, sino
sostenida por la acción del Espíritu, y no provocará la división de sus miembros, sino la
comunión de fe y caridad entre los cristianos.
Por eso, el perdón de los pecados que Jesús promete en el evangelio será necesario para
la construcción de la Iglesia. Será edificada desde el amor misericordioso con el que Dios
nos ha salvado en la Pascua. Esta misma experiencia quiere comunicar san Pablo en la
segunda lectura: hay multitud de manifestaciones, pero un único Espíritu, multitud de carismas,
pero son para la edificación de un solo cuerpo. ¿Son los dones que recibimos de Dios para
distanciarnos, diferenciarnos de los hermanos o construyen la Iglesia? ¿Quiero atraer a todos
a mis dones o respeto la multiforme acción del Espíritu para bien del Cuerpo de Cristo?
San Juan nos recuerda un criterio que nos lleva cincuenta días atrás, a la mañana de
Pascua, en la que somete Juan su ímpetu a la autoridad de Pedro. Desde el carisma entregado
por Cristo a Pedro, este construye y es necesario para la edificación de la Iglesia. La
Pascua llega a su fin, pero la nueva creación ha comenzado. El resucitado concede su
Espíritu a la Iglesia. Así, vivimos del don del Espíritu. Por Él son perdonados nuestros
pecados y santificada nuestra vida. He aquí la novedad de vida, he aquí cómo el Señor busca
hacernos crecer en el misterio de su llamada, de ser cristianos de creer en el Padre, de amar
a Jesucristo. La Iglesia se reúne y celebra al resucitado, y este le concede el Espíritu que la
renueva. ¿Nos renueva? ¿Qué renueva el Espíritu en nosotros cada domingo? ¿Buscamos
que renueve algo o que pase el tiempo?
Nuestras debilidades no son obstáculo que detengan la alegría y la paz pascual… ahí lo
mostraba el evangelio: ¿seremos nosotros ahora valientes testigos de Cristo vivo?

Diego Figueroa

al ritmo de las celebraciones

Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Se comprende así por qué, incluso en el contexto de las dificultades de nuestro tiempo, la
identidad de este día debe ser salvaguardada y sobre todo vivida profundamente. Un autor
oriental de principios del siglo III refiere que ya entonces en cada región los fieles santificaban
regularmente el domingo. La práctica espontánea pasó a ser después norma establecida jurídicamente:
el día del Señor ha marcado la historia bimilenaria de la Iglesia. ¿Cómo se podría pensar que
no continúa caracterizando su futuro? Los problemas que en nuestro tiempo pueden hacer más
difícil la práctica del precepto dominical encuentran una Iglesia sensible y maternalmente atenta a
las condiciones de cada uno de sus hijos. En particular, se siente llamada a una nueva labor
catequética y pastoral, para que ninguno, en las condiciones normales de vida, se vea privado del
flujo abundante de gracia que lleva consigo la celebración del día del Señor. En este mismo sentido,
ante una hipótesis de reforma del calendario eclesial en relación con variaciones de los sistemas
del calendario civil, el Concilio Ecuménico Vaticano II declara que la Iglesia «no se opone a los
diferentes sistemas (…), siempre que garanticen y conserven la semana de siete días con el domingo».
A las puertas del tercer Milenio, la celebración del domingo cristiano, por los significados que
evoca y las dimensiones que implica en relación con los fundamentos mismos de la fe, continúa
siendo un elemento característico de la identidad cristiana.

(Dies Domini 30, Juan Pablo II)

Para la Semana

Lunes 10:
Bienaventurada Virgen María, Madre de lIglesia. Memoria.

Gén 3,9-15. Madre de todos los que viven.
o bien:

Hch 1,12-14. Perseveraban en la oración junto con María, la madre de Jesús.

Sal 86. ¡Qué pregón tan glorioso para ti, ciudad de Dios!

Jn 19,25-34. Ahí tienes a tu hijo. Ahí tienes a tu madre.

Martes 11:
San Bernabé, apóstol. Memoria.

Hch 11,21b-26;13,1-3. Era hombre de bien, lleno de Espíritu Santo y de fe.

Sal 97. El Señor revela a las naciones su justicia.

Mt 10,7-13. Id y proclamar que el reino de los cielos está cerca.

Miércoles 12:
2Cor 3,4-11. Para ser ministros de una alianza nueva: no de la letra, sino del Espíritu.

Sal 98. Santo eres, Señor, nuestro Dios.

Mt 5,17-19. No he venido a abolir, sino a dar plenitud.

Jueves 13:
Jesucristo, sumo y eterno sacerdote. Fiesta.

Is 52,13-53,12. Él fue traspasado por nuestras rebeliones.
o bien:

Hb 10,12-23. Tenemos un gran sacerdote al frente de la casa de Dios.

Sal 39. Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Lc 22,14-20. Esto es mi cuerpo. Esta copa es la nueva alianza, sellada con mi sangre.

Viernes 14:
2Cor 4,7-15. Quien resucitó al Señor Jesús también nos resucitó a nosotros con Jesús y nos presentará con vosotros ante él.

Sal 115. Te ofreceré, Señor, un sacrificio de alabanza.

Mt 5,27-32. Todo el que mira a una mujer deseándola ya ha cometido adulterio.

Sábado 15:
Dedicación de la iglesia catedral. Fiesta.

2Cron 8,22-23.27-30. Te he construido un palacio, un sitio donde vivas para siempre.

Salmo: 1Cron 29. Alabamos tu nombre glorioso, Señor.

Jn 2,13-22. Hablaba del Templo de su cuerpo.