Comentario Pastoral

DIOS ES AMOR

Los cristianos creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso; y en un solo Señor, Jesucristo, y en el Espíritu Santo, dador de vida. Éste es el dogma fundamental del que todo fluye. Por eso la Iglesia hoy nos invita a la celebración del gran misterio que nos hace conocer y adorar en Dios la unidad de naturaleza en la trinidad de personas.

Creer en la Trinidad normalmente nos cuesta mucho, quizá porque es una verdad abstracta, que parece que afecta solo a los teólogos. Ante el misterio no se pueden emplear palabras banales ni es actitud coherente el simple soportarlo. El misterio se cree y se adora. No basta quedarse en la representación del triángulo, del trébol o de los tres círculos enlazados. Tenemos un concepto de fe demasiado nocional, pues nos parece que creer es saber y entender; sin embargo, creer es vivir. Por eso, creer en Dios es intentar vivir el misterio múltiple y único de Dios, que se manifiesta en nuestra vida.

La oración cristiana comienza «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» y siempre se concluye con una doxología en honor de las tres divinas personas.

Desde siempre se expresaba Dios en su Palabra y desde la creación su Espíritu se movía entre las aguas, daba vida con su aliento a todo lo creado y se derramaba después en reyes, jueces, profetas y pueblo. Su Palabra no solo es creadora, sino que también se hace activa realidad y expresión de lo divino en los profetas y hombres inspirados. En la plenitud de los tiempos se encarna en Cristo, Palabra del Padre, y se nos comunica su Espíritu, que es el mismo Espíritu del Padre. En la fe percibimos esa Palabra y ese Espíritu no como nuevos medios de actuación de Dios, sino como seres subsistentes.

La Trinidad es la expresión de la profunda vitalidad divina y la raíz del amor que está en nosotros. Dios es amor, vive en comunidad.

La gloria, la alabanza, la bendición y la acción de gracias son las únicas palabras dignas y humildes que podemos pronunciar ante Dios.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Proverbios 8, 22-31 Sal 8, 4-5. 6-7a. 7b-9.
san Pablo a los Romanos 5, 1-5 san Juan 16, 12-15

 

de la Palabra a la Vida

Hay cosas en la vida, multitud de ellas, con las que aún «no podemos cargar». Están fuera de nuestra capacidad. No es una cuestión de cantidad de conocimiento, sino de calidad del conocimiento. Necesitamos toda una vida, no solamente para ir aceptando que así es, sino también para que el Espíritu Santo nos lo vaya revelando, lo vaya poniendo en nuestro ser de manera suave, de manera cierta. Así sucede en nuestra propia vida, camino de crecimiento en la fe, pero también en la historia, que poco a poco, en la medida que Él quiere, va conociendo a Dios, se va habituando a Él.

Desde antes de los abismos, manantiales, de la tierra misma… Dios tenía un plan para darse a conocer y ofrecer su amor y divinidad. Su Sabiduría se ha ido manifestando y a la vez proponiendo a la creación, al hombre, culmen de la creación. Desde lo más pequeño, el hombre puede contemplar y descubrir la marca del Creador en las criaturas, la inteligencia y belleza de su plan, y entonces exclamar: «¡Qué admirable es tu nombre en toda la tierra!». Por eso, en esta fiesta la Iglesia no celebra un misterio concreto de la vida de Cristo, sino el misterio de la vida. Inabarcable para la mente humana, las lecturas de hoy sólo pueden ser acogidas con la Vida, como un don que se desvela en la medida que se acepta. El evangelio según san Juan nos ofrece un breve pasaje de los discursos de despedida, en el que en una afirmación de Cristo encontramos a las tres personas divinas. He ahí la intención de la Iglesia, que advirtamos la comunión que se nos revela, en acción. El Padre es el que todo lo tiene, el que entrega todo por Cristo; en el evangelio de hoy el don que entregan es el Espíritu Santo, que realizará, en el corazón del hombre, el anuncio del misterio de Dios; será el revelador espirado por Dios para que la humanidad pueda avanzar por la vida en la comunión con la Santa Trinidad.

Es la afirmación de San Pablo «el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado» la que contiene ese desenvolverse de la historia. Dios se da a los hombres, desde lo profundo de su ser a lo más profundo del nuestro, para que nuestro ser sea transformado e introducido en el de Dios. Porque ese es nuestro destino, ser en Dios. Por eso la esperanza no defrauda, porque la esperanza cristiana no es que pasen cosas que más o menos queremos o nos gustaría que fueran. El contenido de la esperanza cristiana es estar en Dios, una comunión perfecta. Nuestra esperanza es entrar en el fuego de la Trinidad, pero para eso el Espíritu se encarga de transformarnos también en fuego, para vivir allí, para arder de amor sin consumirnos.

La Iglesia nos enseña en el Catecismo que la liturgia es una obra de la Santísima Trinidad: en ella, el Padre es fuente y destino de toda bendición, bendición que es el Hijo, mediador y sacerdote que celebra la liturgia obteniendo para la Iglesia, que se asocia a la celebración, la gracia, el don del Espíritu Santo. Descubrir en la liturgia que celebra la humanidad la huella del auténtico celebrante es aprender a hacer de la vida una liturgia en la que Dios deja su bella firma para ser descubierto. Celebramos un misterio porque no podemos aún cargar con todo, porque la vida es un misterio, y el misterio es el ámbito propio en el que se vive y desemboca nuestra esperanza. Ni todo lo tenemos medido, ni todo controlado: todo está en manos del amor de Dios, también nosotros lo estamos.

Sirvámonos de la celebración de la Iglesia para entrar en el misterio de la Trinidad, para que el deseo de la comunión que en ella se nos ofrece sea cada día más vivo, más ardiente en nosotros, creados para contemplar lo creado y elevarnos a la Sabiduría del Creador.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de la espiritualidad litúrgica

«Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Esta promesa de Cristo sigue siendo escuchada en la Iglesia como secreto fecundo de su vida y fuente de su esperanza. Aunque el domingo es el día de la resurrección, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino que es celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos.

Para que esta presencia sea anunciada y vivida de manera adecuada no basta que los discípulos de Cristo oren individualmente y recuerden en su interior, en lo recóndito de su corazón, la muerte y resurrección de Cristo. En efecto, los que han recibido la gracia del bautismo no han sido salvados sólo a título personal, sino como miembros del Cuerpo místico, que han pasado a formar parte del Pueblo de Dios. Por eso es importante que se reúnan, para expresar así plenamente la identidad misma de la Iglesia, la ekklesía, asamblea convocada por el Señor resucitado, el cual ofreció su vida «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52). Todos ellos se han hecho «uno» en Cristo (cf. Ga 3,28) mediante el don del Espíritu. Esta unidad se manifiesta externamente cuando los cristianos se reúnen: toman entonces plena conciencia y testimonian al mundo que son el pueblo de los redimidos formado por «hombres de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap 5,9). En la asamblea de los discípulos de Cristo se perpetúa en el tiempo la imagen de la primera comunidad cristiana, descrita como modelo por Lucas en los Hechos de los Apóstoles, cuando relata que los primeros bautizados «acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones» (2,42).


(Dies Domini 31, Juan Pablo II)

Para la Semana

Lunes 17:

2Cor 6,1-10. Nos acreditamos como ministros de Dios.

Sal 97. El Seños da a conocer su salvación.

Mt 5,38-42. Yo os digo que no hagáis frente al que os agravia.
Martes 18:

2Cor 8,1-9. Cristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros.

Sal 145. Alaba, alma mía, al Señor.

Mt 5,43-48. Amad a vuestros enemigos.
Miércoles 19:

2Cor 9,6-11. Dios ama al que da con alegría.

Sal 111. Dichoso el que teme al Señor.

Mt 6,1-6.16-18. Tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará.
Jueves 20:

2Cor 11,1-11. Anunciando de balde el evangelio de Dios para vosotros.

Sal 110. Justicia y verdad son las obras de tus manos, Señor.

Mt 6,7-15. Vosotros orad así.
Viernes 21:
San Luis Gonzaga, religioso. Memoria.

2Cor 11,18.21b-30. Aparte todo lo demás, la carga de cada día, la preocupación por todas las
Iglesias.

Sal 33. El Señor libra a los justos de sus angustias.

Mt 6,19-23. Adonde está tu tesoro, allí está tu corazón.
Sábado 22:

2Cor 12,1-10. Muy a gusto presumo de mis debilidades.

Sal 33. Gustad y ved qué bueno es el Señor.

Mt 6,24-34. No os agobiéis por el mañana