Comentario Pastoral

DOS CLASES DE PROCESIONES

Cada día, de Oriente a Occidente, desde donde sale el sol hasta el ocaso, la Iglesia celebra el banquete sacrificial del Cuerpo y de la Sangre de Cristo, cuya institución conmemoramos en la tarde del Jueves Santo. Todos los días son por lo tanto celebración del «Corpus». Sin embargo, concluidas las fiesta pascuales, somos invitados nuevamente a una celebración solemne y particular de este Santísimo Sacramento, que sintetiza la vida toda del Señor y nos comunica los frutos de la redención.

El misterio de la eucaristía tiene muchas evocaciones: es memorial de la Pasión, es banquete de unidad, es anticipo de la vida divina que compartiremos con Cristo en el Cielo. Por eso es necesario no quedarse en la periferia del misterio, sino descubrir una vez más lo que creemos y celebramos: el Cuerpo que se entrega, la Sangre que se derrama. La entrega es esencia profunda y última del Corpus, que debemos renovar constantemente. El cristiano debe ser pan que se multiplica, pan que se hace accesible a cualquier fortuna, pan de vida, pan de unión, pan que sacia el hambre. A ejemplo de Cristo, que ha derramado su sangre, el cristiano debe convertirse también en vino bueno, de la mejor cosecha, que va pasando de mano en mano y de copa en copa, para que todos beban salvación y no muerte.

Hay dos clases de procesiones. Una muy sencilla, pero difícil, en la que día a día y momento a momento, al salir de la eucaristía, debemos mostrar la verdad de fe y las exigencias de amor de lo que hemos recibido y hemos comulgado. Así cumpliremos el mandato del Señor de «haced esto en conmemoración mía». Después de cada celebración eucarística, en la calle y en casa, en el trabajo y en el descanso, el cristiano es custodia y ostensorio de la fe nueva que necesita nuestro mundo.

Y está la procesión solemne, grandiosa emotiva y testimonial del Corpus. No se saca al Santísimo por nuestras calles como afirmación de fe ante la herejía; nunca el sentido polémico motiva nuestra procesión. Con temblor interior y emoción profunda llevamos la eucaristía como síntesis total de la vida de Cristo, de su salvación universal, y a la vez como testimonio de la verdad y del amor que creemos e intentamos llevar a la práctica.

Y en los ambientes, sobre todo urbanos, en que el sentido de la procesión sufre algún interrogante, es necesario realizarla como auténtica expresión visible de fe y homenaje fiel de la comunidad a Cristo Señor, suprimiendo todo lo que suene a compromiso o espectáculo semejante a los desfiles profanos.

Andrés Pardo

 

Palabra de Dios:

Génesis 14, 18-20 Sal 109, 1. 2. 3. 4
san Pablo a los Corintios 11, 23-26 san Lucas 9, 11b-17

 

de la Palabra a la Vida

La eucaristía no es el as que Jesús se saca de la manga en la última cena para quedarse con sus discípulos, para ofrecerles un consuelo sin más. La revelación trinitaria del domingo pasado tiene un punto referencial en la revelación eucarística, que va siendo también desvelada en la historia bíblica, desde pasajes tan conocidos como el del maná en el desierto que alimentó a Israel, hasta personajes tan extraños como este Melquisedec, que ejerce de telonero, de profeta que anuncia algo más grande y perfecto. En la sagrada Escritura, Melquisedec es el primero que ofrece a Dios pan y vino. Pronto la primera Iglesia, la de los apóstoles, ya ve en él un personaje que anunciaba a un verdadero «rey de paz», a un verdadero «sacerdote del Dios Altísimo», a uno que ofrecerá a Dios una ofrenda verdadera (en el sentido de duradera, eterna). También descubrirán en su bendición a Abraham un anuncio, un dibujo que bosquejaba la verdadera bendición, que otro sacerdote iba a obtener para toda la descendencia, para todo creyente. Así, en los escritos de los padres, en la Tradición de la Iglesia, en las representaciones artísticas e incluso en la decoración de los mismos templos, Melquisedec y la ofrenda se convierten en temática tan habitual, que hasta el Canon romano vuelve sus ojos hacia la ofrenda de este rey de paz, como advirtiendo al Padre de que hemos captado su enseñanza, su profecía.

En Melquisedec la Iglesia ya ve a Cristo, al que reconoce en el salmo «sacerdote eterno». Ese misterioso sacerdocio de Melquisedec, que no lo ha recibido de los hombres, por descendencia,
sino por designio divino, manifiesta esa característica también del sacerdocio de Cristo: Tú, Señor, no eres sacerdote por Ley, por herencia, sino porque Dios así lo ha designado. Tu sacerdocio es para siempre, Señor, porque Tú eres santo y porque ofreces cosas eternas a Dios Padre (a Ti mismo en tu eterno sacrificio) y a los hombres (a Ti mismo en tu Cuerpo y Sangre).

El evangelio de la multiplicación de los panes y los peces tiene un sabor eucarístico indudable, y por eso la Iglesia nos lo ofrece en este día: Dios ha querido alimentar a los hombres, y además ha querido, con esa escena milagrosa, preparar a sus amigos, a sus discípulos, para una última cena, para la entrega de su vida.

Lo que después, entonces, entendieron sus apóstoles, lo relata San Pablo en la segunda lectura , de forma que en la liturgia de la Palabra de hoy encontramos tanto la imagen del Antiguo Testamento, como la recepción apostólica, enmarcadas en la recepción de la Iglesia de hoy, el marco litúrgico: Así, «cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva». La eucaristía no es misterio de una hora. Es misterio de eternidad, pues ya Melquisedec lo anuncia, y la Iglesia lo celebra hasta la venida gloriosa, desde el cielo, del Señor. Dios ha previsto para la Iglesia darle un alimento que dure hasta la vida eterna. Ese aspecto de la eucaristía del que advierte san Pablo no podemos olvidarlo «cada vez» que participamos en la misa. El Cuerpo y la Sangre de Cristo son alimento para la Iglesia también «para que Él vuelva». La escatología viene en la eucaristía. La tensión entre el hoy y el último día, entre el tiempo y la eternidad, entre lo vivo en este momento y lo que seré para siempre, se contraen a la mínima expresión.

Por eso, celebrar la Eucaristía es reconocer que Dios ha dado a su pueblo, y lo ha empezado a revelar en Melquisedec para mostrarlo totalmente en Cristo, una dirección en la que avanzar y una fuerza por la que ir por ella. Es alimento para saciarnos, no como aquella multitud del evangelio, sino de Vida eterna. Hacia ella caminamos con verdadero y creyente deseo, mientras nos es revelada la historia de nuestra vida como una historia eucarística, en la que nos damos como aquello que se nos da.

Diego Figueroa

 

al ritmo de las celebraciones


Algunos apuntes de espiritualidad litúrgica

Esta realidad de la vida eclesial tiene en la Eucaristía no sólo una fuerza expresiva especial, sino como su «fuente». La Eucaristía nutre y modela a la Iglesia: «Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan» (1Co 10,17). Por esta relación vital con el sacramento del Cuerpo y Sangre del Señor, el misterio de la Iglesia es anunciado, gustado y vivido de manera insuperable en la Eucaristía.

La dimensión intrínsecamente eclesial de la Eucaristía se realiza cada vez que se celebra. Pero se expresa de manera particular el día en el que toda la comunidad es convocada para conmemorar la resurrección del Señor. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña de manera significativa que «la celebración dominical del día y de la Eucaristía del Señor tiene un papel principalísimo en la vida de la Iglesia».

(Dies Domini 32, Juan Pablo II)

 

Para la Semana

Lunes 24:
Natividad de San Juan Bautista. Solemnidad.

Is 49,1-6. Te hago luz de las naciones.

Sal 138. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente.

Hch 13,22-26. Juan predicó antes de que llegara Cristo.

Lc 1,57-66.80. Juan es su nombre.
Martes 25:

Gen 13,2.5-18. No haya disputas entre nosotros dos, pues somos hermanos.

Sal 14. Señor, ¿quién puede hospedarse en tu tienda?

Mt 7,6.12-14. Lo que deseáis que los demás hagan con vosotros, hacedlo con ellos.
Miércoles 26:
San José María Escrivá de Balaguer, presbítero. Memoria.

Gen 15,1-12. 17-18. Abrahán creyó a Dios y le fue contado como justicia; y el Señor concertó
alianza con él.

Sal 104. El Señor se acuerda de su alianza eternamente.

Mt 7,15-20. Por sus frutos los conoceréis.
Jueves 27:

Gn 16,1-12.15-16: Agar dio un hijo a Abrahán, y Abrahán lo llamó Ismael.

Sal 105,1-2.3-4a.4b-5: Dad gracias al Señor porque es bueno.

Mt 7,21-29: La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena.
Viernes 28:
Sagrado Corazón de Jesús. Solemnidad.

Dt 7,6-11. El Señor se enamoró de vosotros y os eligió.

Sal 102. La misericordia del Señor dura por siempre para aquellos que lo temen.

1Jn 4,7-16. Dios nos amó.

Mt 11,25-30. Soy manso y humilde de corazón.

Sábado 29:
Santos Pedro y Pablo, apóstoles.Solemnidad

Hch 12,1-11. Ahora sé realmente que el Señor me ha librado de las manos de Herodes.

Sal 33. El Señor me libró de todas mis ansias.

2Tim 4,6-8.17-18. Me está reservada la corona de la justicia.

Mt 16,13-19. Tú eres Pedro, y te daré las llaves del reino de los cielos.