Jesús hoy nos habla de la limosna, la oración y el ayuno. Como de la oración y el ayuno (el desprendimiento) habla en otros lugares del Sermón de la Montaña (y por tanto de las lecturas del Evangelio a lo largo de esta semana), veamos hoy algo sobre la limosna, como signo de confianza en Dios y de generosidad magnánima que nace de la imitación de la generosidad magnánima de Dios con nosotros.

En una ocasión el Papa Francisco explicó el verdadero sentido de la limosna, recordando esta afirmación paulina: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza”. Y explicaba:

  • Que el “para enriqueceros con su pobreza” no es un juego de palabras ni una expresión para causar sensación, sino “la síntesis de la lógica de Dios”. Porque “Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica”. Sino que “la pobreza de Cristo es la mayor riqueza”, y Cristo “nos invita a enriquecernos con esta rica pobreza y pobre riqueza suyas”. Es más, “la riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza”.
  • Por eso mismo, “lamiseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza”. Y distingue tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual: Si la miseria material es fruto de la injusticia social, la miseria moral es fruto del pecado personal, pero también del pecado social que ha promovido la miseria material. Y la miseria espiritual -la sustitución de la fe y de la esperanza por la autosuficiencia- es consecuencia a su vez de la miseria moral.
  • A la miseria material se la combate con la caridad y la justicia, a la moral y a la espiritual con la misericordia. Y a las tres no se las combate desde la pobrísima riqueza, sino desde la riquísima pobreza. Nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele (…) Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele”, nos dice el Papa.

Un día me dijo un sacerdote: “¿Sabes que esta semana he conocido a la viuda del Evangelio? Si, ¿la que hecho dos monedas como limosna y de la que Jesús dice que había echado más que nadie, porque los demás dieron lo que les sobraba y ella en cambio dio todo lo que tenía? Me lo contó una joven viuda, que no conseguía percibir la pensión del marido, y con la casa hipotecada. En el momento máximo de desesperación vino a misa un día, después de años sin pisar una iglesia. Sólo podía salvarla un milagro. Y sólo tenía 50 euros, no ya en el bolso, sino era todo el dinero que tenía. En la colecta tuvo un gesto del que ella misma se extraño, y echo los 50 euros a la cesta. Rezó con fervor. Sintió una gran paz. A los pocos días la llamaron. Recibiría la pensión de su marido, y una compensación económica. Vino a contármelo llorando, y yo la dije que Jesús ya había hablado de ella”.