¿Cuántas veces no habremos pensado que Dios se desentiende de los hombres? En momentos históricos de gran tribulación se ha escuchado ese grito a través de las personas masacradas por la crueldad de los hombres. Pero también se ha escapado el lamento de los que han sido heridos por la desgracia, por una enfermedad o muerte inesperada,… por el sufrimiento de un inocente.

Él dormía mientras las olas zarandeaban la barca que casi desaparecía entre las olas. Son momentos en los que ni siquiera se sabe si uno va a poder seguir respirando. Se toma algo de aire y en seguida, de nuevo, quedas anegado por las aguas creyendo que te ahogas… resistiendo sólo por ese impulso a la supervivencia que hay en nosotros y que nos mantiene en la lucha.

No sé si habremos experimentado algo semejante: la angustia de la soledad ante la inminencia del desastre. Entonces surge un grito: “¡Señor, sálvanos!”. Señala algún comentarista que es contradictoria la actitud de los apóstoles quienes, por una parte creen que Jesús puede salvarlos y, por otra, están como desesperados. Eso explica la respuesta del Señor que, antes de calmar la tempestad, les llama la atención por su falta de fe.

Entonces el evangelio nos llama a mantener la confianza. Dios siempre está cerca y no nos deja. Pero, no podemos negar que hay momentos de gran oscuridad. No podemos minimizar la tormentosa experiencia de los que viven en la oscuridad del sinsentido y del dolor. Pero entonces, los que conocemos a Cristo, hemos de ser testigos de su presencia misteriosa y escondida. Desde nuestra certeza en que él no es indiferente a ninguna situación humana podemos iluminar a los que nos rodean. Es lo que han hecho tantos cristianos en momentos de tribulación y de prueba, sosteniéndose unos a otros.

Por otra parte, san Agustín hace una interpretación a la vida de cada uno de nosotros. Escribe: “Has oído una afrenta, he ahí el viento. Te airaste, he ahí el oleaje. Si sopla el viento y se encrespa el oleaje, se halla en peligro la nave, fluctúa tu corazón, fluctúa tu corazón. Oída la afrenta, deseas vengarte. Pero advierte que te vengaste y, claudicando ante el mal ajeno, naufragaste. Pero ¿cuál es la causa de ello? Que Cristo duerme en ti. ¿Qué significa: duerme en ti Cristo? Te olvidaste de Cristo. Despierta a Cristo, pues; acuérdate de Cristo, esté Cristo despierto en ti: piensa en él.

El corazón que está calmado por la presencia dulce de Dios en él lleva también a los que le rodean paz y consuelo. Necesitamos de esa paz en nuestro interior para ser portadores de esperanza en un mundo en el que no faltan tribulaciones. Dios está siempre, con su misericordia y nosotros podemos reflejarla correspondiendo a su amor en el amor al prójimo.