El evangelio de hoy nos señala dos caminos de la misión. Por una parte está la oración “rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies”. Antes Jesús ha pedido que nos fijemos en que la mies es abundante. Nos llama así a entrar en la mirada de Dios sobre el mundo. Él quiere que su salvación llegue a todos los hombres. De esa mirada llega la unión con el corazón de Dios. Nos unimos a su deseo mediante la petición. Conocemos su misericordia y queremos que esta se difunda.

Después viene el envío. Jesús señala que envía a sus discípulos “como corderos en medio de lobos”. Se señala así tanto la desproporción de la misión como la fuerza de la misma que no va a depender de los enviados, aunque se cuente con su dedicación, sino del mismo Señor que los envía. De hecho, ser corderos en medio de lobos es ya un primer testimonio, porque se manifiesta que hay una vida nueva en el mundo que no responde a la lógica del poder ni de la fuerza. Pablo VI señalaba que el mundo de hoy necesitaba testigos, y el primer testimonio es la propia vida en la que se manifiesta la fuerza del amor de Dios.

Por otra parte el Señor envía a los discípulos de dos en dos. Se subraya así que siempre estamos vinculados a Cristo y a su Iglesia. Pertenecemos a una realidad más grande y no somos nuestra propia medida. La amistad cristiana nos permite avanzar en el camino de la santidad. Escribió san Gregorio sobre su amigo san Basilio: “éramos el uno para el otro la norma y regla con la que se discierne lo recto de lo torcido”. Cuidar la amistad con personas santas mantiene nuestro deseo de seguir más al Señor y enciende nuestro ardor misionero. En la misma línea Jesús les dice: “no andéis cambiando de casa en casa”. La evangelización conlleva, junto con el anuncio, que se suscite una vida comunitaria centrada en Cristo y, ésta, nos señala el Señor, también ha de ser cuidada. De hecho la misión suele conllevar la formación de nuevas comunidades. Donde hubo territorios de misión suelen aparecer diócesis.

Por otra parte vemos que es lo que los discípulos llevan. No es sólo un anuncio, sino que con él llega el consuelo, la sanación, la paz. Así se manifiesta la llegada del Reino de Dios.

Al final de la escena de hoy encontramos la alegría de los discípulos. Han cumplido lo que Jesús les ha dicho y han visto superadas sus expectativas: “Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre”. Sí, en la medida en que nos vamos convirtiendo en instrumentos del Señor se manifiesta en nosotros su poder. Y entonces Jesús les da una última enseñanza. La de no quedarse en la contemplación de las obras ni en la admiración de los prodigios sino en volver a elevar la mirada al cielo. De nuevo al corazón misericordioso de Dios: “estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo”.