Jueves 11-7-2019, san Benito, abad, patrono de Europa (Mt 19, 27-29)

«Señor, nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido». Celebramos hoy la fiesta de uno de los patronos de Europa, san Benito. Nacido en Nursia (Italia) en el 480, es el gran padre de todos los monjes en Occidente. En su juventud había viajado a Roma para brillar y buscarse un futuro prometedor estudiando letras y artes, retórica y filosofía… Sin embargo, la vida cómoda y decadente de la gran urbe no satisfizo su ansias de contemplación y soledad. Hastiado de tanta corrupción romana, se marchó al desierto de Subiaco para vivir en soledad y oración en una gruta, como un ermitaño. Vivió tan escondido, en oración y penitencia, que tardaron más de tres años en encontrarle de nuevo. Benito, como todos lo santos, hizo realidad en su vida las palabras de Cristo: «Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga. Pues el que quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mi causa la salvará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero si se pierde o se arruina a sí mismo?» (Lc 9,23-25). San Benito lo dejo todo para seguir a Cristo. Dejó una familia acomodada, un futuro asegurado, una vida burguesa y confortable, unos amigos influyentes… y todo para retirarse a la soledad de una cueva y cultivar una intimidad constante con el Señor.

«Todo aquel que por mí haya dejado casa, o hermanos o hermanas, o padre o madre, o esposa o hijos, o propiedades, recibirá cien veces más». En verdad, todo esto dejó atrás san Benito. A todas estas cosas buenas renunció para vivir una vida de pobreza, castidad y obediencia. Pero para Benito esto no fue en absoluto una renuncia, sino una entrega total al Señor. Se lo entregó todo: bienes, familia, corazón, energías… Y por eso recibió «cien veces más». Muy pronto se le fueron uniendo compañeros que compartían su intensa búsqueda de Dios. Junto a ellos fundó Benito doce monasterios en su vida, el más famoso llamado Montecassino (Italia), donde murió en el 547. Escribió una famosa regla monástica –la Regla de san Benito– que ha inspirado la vida de innmerables monjes a lo largo de los siglos. Durante mucho tiempo, los monasterios benedictinos fueron el prinicipal foco de cultura de Europa, conservando y transmitiendo todo el saber antiguo por generaciones. Su máxima Ora et labora (reza y trabaja), los convirtió en el pulmón espiritual de Occidente. Actualmente, san Benito cuenta con casi 19.000 hijos espirituales, entre benedictinos y benedictinas, repartidos en más de 1.000 monasterios por todo el mundo. Y todo por un sí que le llevó a dejarlo todo. ¿No es verdad aquello del «cien veces más»?

«Y herederá la vida eterna». Pero lo que de verdad hizo grande a san Benito no fue ser el fundador del monacato en Occidente, sino cumplir, hasta las últimas consecuencias, la voluntad de Dios. Por eso el que lo dejó todo por Dios ahora goza de su compañía para toda la eternidad. San Benito es infinitamente dichoso no por lo que recibió en su vida –el ciento por uno–, sino porque recibió el premio del cielo. Él se lo entregó todo a Cristo sin reservas, y Cristo le dio a cambio todo. Porque Dios nunca se deja ganar en generosidad. O todo o nada: Benito apostó fuerte…, y ganó.