Viernes 12-7-2019, XIV del Tiempo Ordinario (Mt 10, 16-23)

«Os entregarán a los tribunales, os azotarán en las sinagogas». Todo el capítulo 10 del evangelio según san Mateo recoge el llamado “dicurso apostólico” de Jesús. Son las palabras que él dirigió a los Doce antes de enviarles para la misión. Son, por así decir, una arenga personal de Cristo para encender los corazones de sus discípulos y lanzarles a su apasionante tarea. Son unas palabras que han acompañado a todos los apóstoles de todos los tiempos. Pero ahora imagínate que eres un entrenador hablando a los jugadores antes de un partido, o un director de cine dirigéndote a los actores antes de salir al plató. ¿Qué les dirías? Yo les hablaría del éxito, del triunfo, del esfuerzo, de la recompensa… ¿Y de qué les habla Jesús a los apóstoles? Les anuncia persecuciones, azotes, guerras, odios, rebeliones, muerte… Todo muy motivador, ¿verdad? El evangelista no menciona la reacción de los apóstoles, pero cualquiera que oyera esas palabras se lo pensaría dos veces antes de salir… Y es que Jesús es muy claro: ser cristiano no es fácil, ser mensajero del Evangelio conlleva sufrimientos y persecuciones. Hoy nos conviene mucho escuchar estas palabras, porque una cierta mentalidad superficial y emotivista nos lleva a pensar que somos cristianos para estar bien y muy a gusto con nosotros mismos. Pero, ¿dónde dice Jesús eso?

«No seréis vosotros los que habléis, el Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros». Jesús nos envía a la misión «como ovejas entre lobos», lo cual no parece presagiar un final feliz. ¿Qué puede hacer una simple oveja rodeada de lobos rapaces y hambrientos? Parecería que el fracaso está más que asegurado de antemano. Pero contamos con lo más importante, la fuerza de Dios: el Espíritu Santo. Dios no es como el “Capitán Araña”, que embarcaba a la gente en una peligrosa misión y luego se quedaba en tierra. Dios siempre está a nuestro lado, marcando la diferencia. A cada uno de nosotros, el Señor nos dirige las mismas palabras con las que llamó a Jeremías: «Irás adonde yo te envíe y dirás lo que yo te ordene. No les tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor–» (Jr 1,7-8). Por eso nunca debemos temer las dificultades y persecuciones en nuestra familia, en el lugar de trabajo, con los amigos… Si permanecemos fieles a Cristo y damos abierto testimonio de Él, Él estará siempre a nuestro lado. Con Dios lo podemos todo; sin Él no tenemos fuerzas para nada.

«Todos os odiarán por mi nombre». Las palabras de Jesús son siempre verdaderas, en todas las épocas. Pero estas quizás son especialmente ciertas en nuestro tiempo actual. Se predica la tolerancia universal, pero se les impide a los cristianos manifestar su fe. Las doctrinas cristianas son condenadas como imposiciones totalitarias, mientras que los ataques a la religión se consideran libertad de expresión. Muchos deben sufrir burlas, discriminaciones, ataques –cuando no consecuencias peores– por manifestarse como cristianos. Ir a Misa, llevar un crucifijo, vivir conforme a la moral cristiana, no dejarse llevar de la corrupción reinante, ser fiel en el matrimonio… no son cosas fáciles hoy en día. Ser cristiano supone demasiado a menudo navegar contracorriente y sufrir el rechazo de todos los que nos rodean. Pero, si ya nos lo había prometido Cristo, ¿por qué nos extrañamos que así suceda?