Las palabras que el Señor nos dirige en el Evangelio de este día son de sobra conocidas por todos, a ellas nos hemos aferrado en los momentos de mayor dificultad de nuestra vida, esos días en los que los problemas nos desbordan y con ojos empañados llamamos entre esperanzados y desesperados al Señor. Sin embargo hoy me gustaría que nos fijásemos en lo que este breve texto, apenas dos versículos, nos dice de Jesús.

Es una nota común del Evangelio que Jesús recorría Galilea sanando a los enfermos, curando a los ciegos y predicando el Reino de Dios y que nunca le faltaba una palabra de aliento, una mirada compasiva, un refuerzo positivo… y no sólo es que los enfermos o los pobres le persiguiesen, sino que Él estaba siempre atento a lo que ocurría al rededor. Parecería, al escuchar este texto, que esa mirada, profunda, consoladora, sanadora sigue hoy derramándose sobre nuestros corazones y sobre todos nuestros hermanos.

Hoy, por desgracia, sigue habiendo multitudes oprimidas, sufrimiento, hambre, guerra, pobreza… hoy el mundo sigue necesitando de esa mirada compasiva de Jesús. Y si pensamos en nuestra vida con algo de seriedad, también está muy necesitada de la paz del Señor, tantas prisas, tanto estrés, tanto correr fuera del camino… Sin embargo, Jesús nos pone una condición: «Cargad con mi yugo». ¿Cuál es el yugo de Jesús? La ley del amor.

Si, si no vivimos desde los parámetros de la ley del amor, el descanso y el alivio de Jesús nunca llegarán, sin la ley del amor como guía permanecemos en guerra, en estado de sitio. El verdadero bálsamo que cure las heridas de la humanidad y que sana también nuestras heridas más profundas es el del Amor. Abandonemos pues los caminos de la arrogancia, de la violencia, de la individualidad y volvamos nuestro ojos al manantial del Amor, a Dios nuestro Padre, dejemos que Él transforme nuestras relaciones, siendo pro-activos en ello, que nos ayude a ser razonablemente mansos, y así afrontar el hoy con las energías renovadas de quien se sabe amado.