El rato en que los chavales del campo de trabajo se van a la piscina es mi rato de escribir. Hoy se han confesado casi todos y han trabajado bastante, con agradecimiento de las personas de este pequeño pueblo que les compensa aguantando con simpatía sus ruidos y sus cantos (que en ocasiones no se distinguen). Algunos del pueblo me han preguntado por qué lo hacen, si les paga alguien y cuando les explico que es por pura gratuidad, se quedan asombrados. 

“Salió el sembrador a sembrar” Hoy sólo me quedo con esta frase del Evangelio. El sembrador que es el mismo Dios que envía a la misma palabra encarnada, su Hijo Jesucristo, a nuestras vidas. Y ¿por qué?: Por pura gratuidad de Dios para con nosotros. Creo que en ocasiones, demasiadas ocasiones, no nos damos cuenta de la riqueza que es la Palabra de Dios. Seguro que en muchas ocasiones unas pocas palabra de la Biblia han iluminado nuestro corazón, dado esperanza a nuestra vida, alegrado nuestra alma y dado un sentido nuevo a nuestro caminar por la vida. Y podemos abrir esas páginas porque al Espíritu Santo le ha dado la gana, por pura gratuidad de Dios. Es un honor y un privilegio que hace un rato hayamos podido leer este trocito del Evangelio…, y ¡cuántas veces no nos damos cuenta!. 

A los chavales les digo en la convivencias que se traigan la Biblia. A lo mejor al terminar estos días ningún día les hemos dicho que la saquen de la mochila y me preguntan para qué han traído ese peso. Y les contesto que esperaba que saliese de ellos el leerla, meditarla y disfrutarla. Cuántas veces en las casas la sagrada Biblia permanece cerrada en un estante y cuando se proclama en Misa estamos pensando en otra cosa, de tal manera que no nos acordamos de qué hemos escuchado.

Mimar la Palabra de Dios: no la leáis como un libro cualquiera. Pedirle a su autor, al Espíritu Santo que os ilumine y os enseñe. Y leerla con frecuencia, diariamente al menos una vez. Y verás cómo da el ciento por uno.

María acogió esa Palabra en sus entrañas, pídela que también dé fruto en ti.