Mientras estoy estos días de campo de trabajo con los jóvenes no hago más que pensar en mi tomate (es una pequeña exageración, en algún momento no pienso en el tomate). El año pasado planté unos tomates que crecieron y murieron sin dar un fruto. Este año otro tomate ha dado otro tomate…, podrían haber sido mas, pero vamos por las políticas de igualdad, un tomate, otro tomate. Y ahora no sé si alguien lo riega o me encontraré un palo seco.

“Vosotros, pues oíd lo que significa la parábola del sembrador.” Lo sabemos bien, lo sabemos de memoria. Pero no es lo mismo saberlo que entender a Dios. Pensamos que es la casualidad lo que hace que la semilla caiga en terreno pedregoso o en buena tierra. Pero Dios preparó una tierra buenísima, estupenda, a su imagen y semejanza. Luego nosotros comenzamos a poner Pieras en el campo, a dejar crecer la maleza o dejamos de regar el terreno y se vuelven zonas de nuestra vida inútiles para la siembra. Y entonces podemos quedarnos así, contentarnos con un tomate por planta, o dejar que Dios vuelva a meter el arado, limpiar el terreno, oxigenar la tierra y hacerla otra vez fecunda. Somos a veces tan simples que tenemos amor por nuestras piedras y cariño por nuestras zarzas, pero son completamente infecundas. Deja que Dios rotule tu tierra.

María recolecta cuidadosamente los frutos de la Palabra de su Hijo, deja que ella te cuide.