Hemos de reconocer que a veces no entendemos al Señor. Ya sea porque nos suceden cosas que no teníamos previstas y que se salen de la lógica humana del ‘como Dios es bueno, esto o lo otro no puede pasar’; ya sea porque nuestra pequeñez nos impide abarcar y comprender la realidad; ya sea por múltiples razones. El caso es que nos pasa a nosotros… pero a los apóstoles les sucedía lo mismo, cosa que, al menos a mí, me da mucha tranquilidad. No somos bichos raros.

Pero en esos instantes es donde nos la jugamos: tenemos dos opciones principales, la que escogen los apóstoles, que es pedirle al Señor que nos aclare lo que no terminamos de asumir y darlo por imposible y dejarle de lado. Si no lo entiendo es que no puede ser. ¿No te suena a una cierta visión bastante extendida entre nuestros contemporáneos y aún entre nosotros mismos? ¡Qué lejos parece la afirmación del gran san Agustín: «Si lo comprendes, es que no es Dios»!

Vamos a pedirle hoy a Jesús las ganas de conocerle, de entrar en su lógica, para poder aceptarle y amarle, aunque a veces nos cueste. Pero esas ganas, esa hambre y sed de Dios son fundamentales. A Dios le gusta el hombre que tiene hambre y sed de oración, el que dice: ‘Señor, explícame la parábalo’ o ‘Señor, enséñanos a orar’. Porque, quien tiene ganas de algo está vivo; y quien tiene ganas de Dios lo está aún más. En cierto sentido, podemos decir que el hambre y la sed, al igual que el moverse, son una expresión esencial en el hombre vivo: somos seres hambrientos por esencia. Pero no sólo de alimento, sino de aquello que nos sacia eternamente. A eso ha venido a dar respuesta el Señor: a dar respuesta a esas cuestiones más profundas que llevamos dentro.

Pero, para ello, tenemos que hablarle y escucharle, entrar en diálogo, es decir, rezar. Y aquí las ganas, la tenacidad y el esfuerzo ya no son teóricos: han de ponerse en práctica. Poner al Señor y nuestra intimidad con Él por encima de otras obligaciones, quizás más urgentes, pero jamás más importantes. Aunque, honestamente, ¿qué hay más urgente que nuestra salvación?

Por eso, insisto: pidamos hoy al Señor las ganas de ser como los apóstoles y tener siempre las ganas de conocerle más y mejor.