Me cuesta mucho hacer el comentario a las lecturas de hoy, fiesta de Santa Teresa Benedicta de la Cruz sin dejarme arrastrar por las ganas de contar cosas de ella. Así que permitidme alguna que otra alusión pertinente al hilo de la liturgia de la Palabra de este día.

En el evangelio, el Señor implica al auditorio que le escucha por medio de una parábola. “El Reino de los Cielos se parecerá a diez doncellas que tomaron sus lámparas y salieron a esperar al esposo”.

A partir de ahí nos muestra como hay algo que va a marcar de modo definitivo su vida, lo que hacen cada día, su orden de prioridades y todo lo demás. Se trata del deseo de abrir la puerta al esposo tan pronto como llegue y llame para entrar con él en el banquete de bodas.

Este deseo de estar preparadas les llevará a tener suficiente aceite para que no se apaguen sus lámparas y les librará de tener que ir a última hora a comprar aceite con el consiguiente peligro de no llegar a tiempo antes de que se cierren las puertas.

Este es el deseo de todos los santos. También el de Santa Teresa Benedicta. Encontrar para su corazón inquieto e insatisfecho, después de una agotadora búsqueda, por fin, el descanso en Dios. De tal modo que la meta es lo que da sentido al camino. Tener claro el objetivo es lo que da la fortaleza al caminante en cada paso que da hacia adelante.

En un viaje, la pregunta que más hacen los niños es: ¿cuánto queda? ¿falta mucho?  Ellos nos recuerdan que lo importante es llegar y eso es compatible con estar ansioso por hacerlo cuanto antes. Por eso la pregunta es: ¿sabemos que nuestra meta es el cielo? ¿Estamos deseando llegar cuanto antes?

Los santos nos dan ejemplo. Edith Stein fue en palabras del San Juan Pablo II, «una hija de Israel, que durante la persecución de los nazis ha permanecido, como católica, unida con fe y amor al Señor Crucificado, Jesucristo, y, como judía, a su pueblo «. Su mayor deseo, ser esposa de Jesucristo y consumar su unión en la Cruz, holocausto de amor. Responder así al deseo de unión íntima de Dios con su criatura. “Me casaré contigo en matrimonio perpetuo, me casaré contigo en derecho y justicia, en misericordia y compasión, me casaré contigo en fidelidad, y te penetrarás del Señor”, dice Dios por medio del profeta Oseas en la primera lectura de hoy.

La búsqueda sincera de la verdad y el sentido de todo cuanto existe y sucede es lo que explica la apasionante vida de ésta santa, copatrona de Europa. Después de su primer encuentro con la cruz, antes de su conversión al cristianismo escribirá: «lo que no estaba en mis planes estaba en los planes de Dios. Arraiga en mí la convicción profunda de que -visto desde el lado de Dios- no existe la casualidad; toda mi vida, hasta los más mínimos detalles, está ya trazada en los planes de la Providencia divina y, ante los ojos absolutamente clarividentes de Dios, presenta una coherencia perfectamente ensamblada».

Pero el golpe de gracia definitivo sucedió cuando visitando a una discípula de su maestro Husserl que junto con su esposo, se había convertido al Evangelio, encontró en la biblioteca la autobiografía de Teresa de Ávila. La leyó durante toda la noche. «Cuando cerré el libro, me dije: esta es la verdad».

Ya no tuvo que buscar más. Había encontrado lo que siempre había deseado. Ahora solo quedaba entregarse en plenitud a ese amor que había salido a su encuentro en Cristo crucificado.

Después de recibir por el bautismo la nueva vida en Cristo, y habiendo decidido vivirla bajo el velo de las vírgenes consagradas en el Carmelo, consumó su entrega de amor cuando fue encarcelada lejos de su patria, y en el campo de exterminio de Auschwitz, cercano a Cracovia, en Polonia, murió en la cámara de gas.

Estemos despiertos y preparados. «¡Que llega el esposo, salid a recibirlo!»