A los teólogos enamorados del objeto de su estudio les encanta poner nombre a las manifestaciones del Señor, les gusta clasificar y meterse en tipologías para clarificarnos las cosas. Cuando se entra en la enorme bóveda de cañón del presbiterio de la basílica del monte Tabor, se contemplan unos espléndidos mosaicos de los que se aprenden cuáles fueron las distintas transfiguraciones del Hijo de Dios en la tierra: la de venir al mundo, todo un Dios transfigurado de hombre y Dios al tiempo; la que ocurrió en la cima de aquella montaña alta; la transfiguración de la cruz, aquel ser que ni parecía Dios ni hombre, convertido en mera carne que aúlla, en dolor, frente al cual se vuelve el rostro; y la Resurrección, la transfiguración de la victoria, la manifestación del cuerpo glorioso. Más clasificaciones, fray Luis de León dice que son cinco las maneras de nacer de Cristo: Nace, según la divinidad, eternamente del Padre; nace de la Madre virgen, según la naturaleza humana, temporalmente; resucitar después de muerto también fue otra manera de nacer; nace en la Sagrada Forma en cada eucaristía que se celebra; y nace en cada cristiano, “nace y crece en nosotros siempre que nos santifica y renueva”.

¿Y dónde está el Señor para que podemos creer en Él? También aquí podríamos aventurarnos en hacer una pequeña tipología de las manifestaciones de nuestro Maestro. Está en la creación, como obra de sus manos, usando un lenguaje sumamente artesanal; está en el momento de cerrar la puerta de nuestra habitación y ponernos a hablar con Él, que se halla en lo escondido; está verdaderamente expuesto en la Forma, visible para los muy enamorados; también en los necesitados, demandando nuestra entrega incondicional; y está en medio de dos o tres que invocan si nombre, allí está, en medio de ellos. Es la mar de sugerente el concepto “en medio”. No es lo mismo estar cerca, lejos o en medio. En medio” implica una participación explícita de quien se introduce en el círculo. Cristo no está en el medio como el jueves, separando los días primeros y los que llevan al descanso, sino como quien une lo que le rodea. Es un centro gravitatorio. No es un vórtice, el centro de un torbellino, porque su presencia es silenciosa, tan respetuosa como inadvertida. No provoca estampida sino recogimiento.

Por eso, cuando una familia se reúne a comer e invoca al Señor, tenemos constancia de que Él se pone inmediatamente a la mesa, de ahí la necesidad de no devorarnos unos a otros durante las comidas y las cenas, que el hombre tiene mucho de caníbal para con los suyos. Conozco muchos matrimonios que rezan juntos antes de dormir, ahí el Señor se cuela, en su sueño, dejándose ver para quien ha puesto su confianza en Él.