Empieza hoy la lectura continua de la primera carta a los Tesalonicenses. Encontramos los habituales comienzos solemnes y al mismo tiempo llenos de un afecto nada fingido con que el Apóstol se dirige a los hermanos en la fe. Algunas expresiones han acabado formando parte de la liturgia, en el saludo inicial: “Gracia y paz”, por ejemplo.

Después, el Apóstol expone lo esencial en la vida de la Iglesia: “recordamos ante Dios, nuestro Padre, la actividad de vuestra fe, el esfuerzo de vuestro amor y la firmeza de vuestra esperanza en Jesucristo nuestro Señor”. Es decir: la fe, la esperanza y la caridad. Son las tres virtudes teologales que sopla sobre cada cristiano el Espíritu Santo para configurar su vida con Cristo.

Una fe activa, una caridad esforzada y una esperanza firme en Cristo. Eso es lo que hoy pedimos al Señor, sabiendo que no nos dejamos nada, tanto para la vida interior de cada uno de nosotros, para nuestra parroquia o comunidad, para la diócesis, y para la Iglesia entera.

La FE ACTIVA significa vibrar por el Señor, apasionarnos por las cosas de Dios. No sólo es afirmar la presencia divina, sino el gozo de vivir su presencia, y sobre todo una auténtica relación con Él en constante diálogo. Lo más bonito que nos da la Iglesia es siempre a Cristo mismo, y la recepción de ese don mueve nuestra existencia y todas las iniciativas de la Iglesia. Llevándolo a un ejemplo concreto, la fe activa debe ser una de las cualidades de nuestras celebraciones eucarísticas. Creo que mucha gente ha dejado de ir a Misa porque simplemente no vibra nada en ella: no entra ni por los ojos ni por los oídos. Hace años se hizo el experimento de hacer de la Misa una fiesta, y eso fracasó porque la gente va a encontrarse con Dios, no a una verbena; y en el sentido opuesto, los rigorismos han dado siempre demasiada prioridad a lo externo. La fe activa de que habla San Pablo implica en el fondo “autenticidad”. Aplicado a la eucaristía, se traduce en que ojalá se note que el sacerdote, y todos los asistentes se encuentran de verdad con el Señor Jesús cuando se está celebrando la Última Cena.

La CARIDAD ESFORZADA implica, por ejemplo, buscar el modo concreto en que cada día he de tratar a los demás. Es con las personas más cercanas donde la caridad se ha de vivir de modo más práctico y cotidiano. Es donde más cuesta y en algunos casos se ha de vivir de modo heroico. Conlleva no pactar con los límites a que habitualmente sometemos nuestra capacidad de amar, cortándole las alas y justificándolo porque otra persona tiene ideas diferentes, sus defectos no cambian, es un auténtico plasta, o nunca me escucha. Quizá haya algún motivo de peso para que la cosa no funcione: un agravio importante, una injusticia manifiesta, insultos, desprecios, etc. En ese caso, entra la heroicidad que hay que sacar de la única fuente: el corazón de Cristo. Y eso funciona, si se pide con una fe activa.

Por último, una ESPERANZA FIRME en nuestro Señor Jesucristo. ¡Fuera el desánimo! El patio está como está: relativismo cultural, vocaciones en descenso, cada vez menos sacerdotes, y algunos que han cometido terribles pecados, cada vez menos cristianos que vivan bien su fe… ¿Crees que el panorama de San Pablo era mejor? ¿Crees que había seminarios llenos, masas de buenos cristianos, templos parroquiales organizados, una perfecta unidad? ¡Se fue haciendo, aun contando con tantas dificultades! Y si tuvo que escribir las cartas, muchas veces era motivado porque en las comunidades había errores doctrinales serios, o algún caradura que quería sacar partido y hacer carrera o sacar beneficio a costa de la buena fe de la gente. Es decir, que las circunstancias eran adversas, como ahora. San Pablo, que desde su conversión parece ver el mundo ya de otro modo, sabe que sólo Cristo puede mover la Iglesia y los corazones: sólo Él nos ayuda a comprender bien el poder de Dios y su grandeza.

El Señor ama a su pueblo y se hace presente constantemente en Él. Algunos no quieren verlo, y por eso en el evangelio de hoy, Jesús exclama: “¡Ay!”. Para no caer en la tentación de la desesperanza, le pedimos que nuestra fe activa y nuestra caridad esforzada renueven nuestro espíritu de lucha por hacer cosas buenas, por ser testigos de Cristo en medio del mundo, por sacar adelante tantísimas iniciativas buenas, que son de Dios, y que ayudan a muchísimas personas. ¡Sé útil a la causa de Cristo con las armas de la fe, la esperanza y la caridad!