El norte de África fue, antes de la invasión musulmana, un lugar en que la Iglesia vivió tiempos dorados. San Agustín (354-430), obispo de Hipona, es el fruto más eminente de aquella época. Considerado por muchos como el teólogo más importante del primer milenio, recoge una síntesis de la teología anterior y desarrolla un cuerpo doctrinal y espiritual que sigue siendo garantía para dar razón hoy día de nuestra fe católica.

San Pablo da “gracias a Dios sin cesar, porque, al recibir la palabra de Dios, que os predicamos, la acogisteis no como palabra humana, sino, cual es en verdad, como palabra de Dios que permanece operante en vosotros los creyentes”. Esa operatividad puede tener muchos sentidos según la perspectiva que se tome. En la fiesta de san Agustín, querría centrarme en uno de ellos: el desarrollo y explicación de la teología.

La teología la entendemos hoy como una carrera que estudian los seminaristas para llegar a ser sacerdotes. No erramos. Pero más allá del plano institucional, la teología se basa en el hecho de que Dios, en Cristo Jesús, nos ha hablado a través de obras y palabras humanas, que debemos meditar y profundizar. Las palabras y gestos del Señor son un pozo sin fondo de sabiduría, y los santos Padres, entre ellos San Agustín, desarrollaron la teología en gran parte a través de los comentarios a la Sagrada Escritura. El obispo de Hipona tiene unas espectaculares catequesis y homilías donde va desarrollando una teología preciosa que el pueblo de Dios acogía con fruición inefable. También el obispo que le bautizó, San Ambrosio de Milán, desarrolló el ministerio de la palabra de un modo magistral: ¡convirtió a Agustín!

La fe requiere el intelecto, requiere reflexión: debemos pensar nuestra fe para no caer en el puro fideísmo (esto es así porque sí) o bien dejarnos aburguesar viviendo “la fe del carbonero” (doctores tiene la Iglesia…). Hoy día, que todos sabemos leer y escribir, es una negligencia descuidar nuestra formación cristiana. El neopaganismo impregna todo, también la vida de muchísimos cristianos, y más que nunca necesitamos ser capaces de dar razón de nuestra fe. Ojalá tengamos muy viva esa inquietud para alimentar nuestro ardor misionero.

Junto a esta tarea de la predicación, los Santos Padres elaboraron también estudios sobre temas de relevancia, habitualmente para definir la fe en momentos de dudas y sobre todo herejías. San Agustín es llamado el “doctor de la gracia” por la respuesta que da a los maniqueos; también escribió un tratado sobre Trinidad que es para caerse de espaldas.

Que la palabra de Dios permanezca operante en nuestros corazones, atrayéndolo cada vez más hacia el Señor. El desarrollo de la teología y su explicación sistemática o a través de las homilías, catequesis, etc., persigue aquello que hoy dice el Apóstol: “os animábamos y os urgíamos a llevar una vida digna de Dios, que os ha llamado a su reino y a su gloria”.

El gran bestseller de San Agustín es su libro autobiográfico “Las Confesiones”. En ellas desnuda su corazón con una psicología tan profunda y transparente que resulta difícil no identificarse con sus experiencias. En sus páginas desarrolla ni más ni menos que la llamada del corazón humano a vivir su plenitud divina, y analiza el camino de su experiencia vital traspasada por esa búsqueda y esa constante llamada del Señor. Como síntesis del libro, su frase más conocida: “Fecisti nos, Domine, ad te et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in Te” (“Nos hiciste Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti”).

Hace poco vi un vídeo en que una mujer nos describe su conversión.  Trabajó, entre otras cosas, practicando abortos como enfermera. ¡El Señor no para de buscarnos! (PD: el vídeo dura una hora, pero merece la pena).