La Reina de Corazones, personaje de la novela “Las aventuras de Alicia en el país de las maravillas”, de Lewis Carroll, ajusticiaba con total ligereza a cualquiera que metiera la pata o la contrariara: “¡Que le corten la cabeza!”.

Herodías, personificación de aquella histérica Reina, manipula a su hija Salomé para colmar de satisfacción su conspirador corazón y quitarse de en medio al mortificador mosquito que picaba su conciencia y evidenciaba su bajeza moral ante el pueblo. No desaprovechó la ocasión.

Con la decapitación de Juan Bautista asistimos al segundo martirio en vida de Cristo, según nos narran los Evangelios: el primero fueron los niños inocentes; ahora es el turno del precursor.

Este familiar de Cristo —hijo de Isabel, prima de María, la madre de Jesús—, es al mismo tiempo el profeta elegido por Dios para preparar el camino al Mesías. De ahí que su martirio sea especialmente relevante: es al mismo tiempo una síntesis de lo que pasó con los grandes profetas del pasado, por ejemplo, Jeremías; al mismo tiempo prefigura lo que pasará ya no con otro profeta, sino con el mismo Verbo encarnado, que es la plenitud de la profecía: mueren mártires de la fe.

En la lectura de Jeremías, parece que el martirio va incluido en la vocación de profeta. Este pasaje me ha llamado siempre la atención: al pobre Jeremías se le pone entre la espada y la pared; o se las ve con los principales de Israel o se las ve con el Señor.

Ciertamente los respetos humanos, el pánico a quedar mal ante otros o que nos señalen, paralizan habitualmente nuestro testimonio cristiano. Pero es peor quedar mal ante los hombres que no ante Dios que, a fin de cuentas, conoce nuestra intimidad mejor que nosotros mismos.

Pidamos hoy al Señor ceñirnos los lomos, expresión equivalente a prepararse para la guerra, y dar testimonio de Cristo con nuestras vidas y palabras. No hace falta colgarse una cruz de medio metro, ponerse una túnica blanca, dejarse el pelo largo y levantar los dos dedos como si fuéramos el Mesías. Eso hacen los locos visionarios. Gente rara. Flaco favor hace a la tarea del verdadero testimonio cristiano: cuidar mucho a los amigos, estar pronto para servir, tener paciencia con las contradicciones, llevar una vida íntegra de piedad, pedir perdón cuando se mete la pata, cuidar la lengua, trabajar honradamente y bien, etc.

En algunos momentos, el testimonio cristiano puede tomar cariz de martirio: el sacrificio de nuestra imagen ante los demás. Entonces, es mejor quedar mal ante los hombres que no ante Dios. En la cultura del neopaganismo, la vida íntegra de un cristiano cabal es una atalaya, un faro encendido que llama la atención. Y eso puede generar tensiones. Pero que nos quiten lo bailao: Juan el Bautista perdió la cabeza, pero ganó la corona del martirio.