Una vez cenando con un obispo, nos medio preguntó a los sacerdotes que estábamos con él que no solemos predicar nunca de la castidad. Terminaba diciendo: “…como nos cuesta tanto vivirla hoy día…”. Lo decía no en genérico, sino aludiendo en primer lugar a los presentes. Fue un ejercicio de sinceridad que nos ayudó mucho a todos. Con la que está cayendo en el clero universal, estas cosas hay que tratarlas. Hay mucho en juego.

Es cierto que el empeño por vivir bien esa virtud hoy día es heroico. Nada te invita a ello y todos los argumentos posibles están encaminados al lema vital por excelencia del mal llamado estado de bienestar: “dale a tu cuerpo alegría Macarena” (a todas horas, claro).

Santo Tomás de Aquino, gran conocedor del corazón humano, explicaba que las dos virtudes más importantes que se refieren a la inteligencia y a la voluntad respectivamente tienen su némesis: respecto a la inteligencia está la humildad, que es la puerta del evangelio (María); la soberbia se encarga de poner todo tipo de palos en la rueda para no caminar en obediencia a Dios que nos ama tanto. Respecto a la voluntad, la virtud más importante es la templanza, que ordena nuestras necesidades corporales hacia el mayor bien, que es la comunión de amor con las personas (vuelve a ser María); y su némesis más destacada es la lujuria y la impureza. El cuerpo no para de exigirnos cosas, muchas de ellas buenas, pero hay que ponerle medida porque nunca está satisfecho.

Y en lo referente a la sexualidad, no hay ni que explicarlo: los ojos ligeros (en verano, con poco margen para la imaginación), conversaciones subidas de tono, la red repleta de contenidos pornográficos gratuitos e inmediatos que no hay ya casi ni que buscarlos, relaciones amorosas meramente sexuales, con apps por si te apetece un rollito de primavera con quien tienes a 50 metros (él, ella, ellos, elles)… El sexo hoy día lo llena todo. Sobre todo, el bolsillo de muchos negocios que mueven billones de euros.

San Pablo no deja lugar a dudas: “esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación, que os apartéis de la impureza, que cada uno de vosotros trate su cuerpo con santidad y respeto, no dominado por la pasión, como hacen los gentiles que no conocen a Dios […] Dios no nos ha llamado a una vida impura, sino santa”.

La virtud de la castidad significa aprender a mirar a cada persona (física o virtual) con la mirada del mismo Cristo. Dicho de otro modo: en el Cielo, nos miraremos todos con esos ojos de Cristo. Y Él no utiliza nunca a nadie, ni nos mira pensando en cosas raras: el Señor no nos usa nunca, nos ama. Y eso es la castidad. ¿¡A que es una maravilla!?

La impureza implica un desorden en ultima instancia del amor. La sexualidad que forma parte de nuestra vida es el instrumento corporal que tenemos para manifestar lo más bello del ser humano: amar. Somos hombre o mujer y amamos según eso que somos. Pero nunca debemos utilizarnos: ni siquiera a uno mismo, que eso es el pecado solitario (“pero padre, si yo no hago mal a nadie”…). San Pablo lo vuelve a describir muy bien: “nadie pase por encima de su hermano ni se aproveche con engaño”. Eso es el mercadeo de la genitalidad omnipresente: pasar por encima de nuestros hermanos, convertirlos en objetos. Y lo de caer en el engaño… ¡es el mundo de la mentira, la manipulación, la extorsión y la corrupción! Es tratarnos como al ganado. Una genitalidad mal vivida carece del amor verdadero que exige la sexualidad: se usa a las personas, no se las ama.

El gran Miguel Ángel pintó a todos en la Capilla Sixtina como Dios les trajo al mundo. La única vestida era la Madre de Jesús. En el Cielo estaremos así. Porque nos miraremos y amaremos con la mirada del Señor. No nos usaremos.

Pidamos al Señor la virtud de la castidad, aunque nos cueste mucho y aunque sea lo más a contracorriente en nuestra sociedad. Si entendemos que es un don de Dios y un camino de libertad en el amor, aprenderemos del Amor a amar bien a los demás y a uno mismo. Eso es formar parte de las vírgenes sensatas. Pero su némesis, la necedad, también está en muchos corazones, que piensan que la castidad no forma parte del Evangelio, o han sucumbido en su lucha por lo arduas que resulta. En fin: no hay nada mejor que mirar siempre el amor bello, noble, casto, sincero y omnipresente de nuestro buen Dios. ¡Es la escuela de la sensatez en la sexualidad!