MARTES 3 DE SEPTIEMBRE DE 2019
JESÚS MAESTRO (Lucas 4, 31-37)
“Todos comentaban estupefactos: ¿Qué tiene su palabra? Da órdenes con autoridad”. Jesús habla con autoridad. Actúa con autoridad. Salva con autoridad. No es la autoridad del que tiene el poder, la potestad, o el mando, ni menos la autoridad del que ejerce ostentación, dominio, presión, temor o amenaza, no es ni si quiera la autoridad del que custodia la ley, o del que representa al supremo legislador.
Es su autoridad, única, inconfundible, intransferible, incomparable. Es la autoridad del Amor, del amor de verdad, del amor eterno, del amor radical, del amor sin tapujos, del amor sin limites, del amor de Dios. Es la autoridad que obedecen la naturaleza de las cosas (Mt. 8, 8ss), y los poderes de todo tipo, benignos o malignos (Mt. 12, 28), y el corazón de todo hombre, tarde o temprano, ante la verdad.
Es la autoridad que desconcierta: “¿Con que autoridad hace estas cosas?” (Mt. 12, 21-23). Es la autoridad que libera al hombre del yugo de la ley (Mc. 2, 28), de la esclavitud del pecado (Mt. 9, 6ss), de las enfermedades del cuerpo (Mt. 8,8ss), y del corazón humano más terco y obstinado rescatado por su mirada y su consejo, pues no ha venido a condenar sino a salvar (Cf: Jn. 3, 17).
Si, Él, que predica con autoridad, la puede ejercer sobre el cielo y la tierra, pero no como nosotros ejercemos nuestra ridículo y robado poder, ni como El mismo será tentado en el desierto a utilizarla (Lc. 4, 5ss), sino como sólo sabe ejercerla el Amor: Porque el Maestro y Señor ha venido para servir y dar la vida (Mc.10, 42), y porque se ha hecho esclavo nuestro en la Cruz, finalmente toda rodilla se doblara delante de El (Fil. 2,5-11).
No temas su mirada, cara a cara. No temas mirarle a los ojos ni escuchar su Palabra: no seas esclavo de los poderes sutiles de este mundo, ni del poder de tu propia ceguera e insensatez. Síguele, incrépale, atiéndele, y obedécele. Y paradójicamente, jamás nadie habrá podido ser más libre que tu.
Verdaderamente es el camino la verdad y la vida…se explican las palabras de Pedro…Solo tú tienes palabras de vida eterna.
En aquel tiempo, una persona impura no podía comparecer ante Dios para rezar y recibir la bendición prometida por Abrahán. Tenía que purificarse, primero. Había muchas leyes y normas que dificultaban la vida de la gente y marginaban a mucha gente considerándola impura. Pero ahora, purificadas por la fe en Jesús, las personas podían comparecer de nuevo en presencia de Dios y rezarle, sin necesidad de recorrer a aquellas complicadas y a veces dispendiosas normas de pureza.