“¿Habéis olvidado que los santos juzgarán el universo?”. Esta sentencia de san Pablo podría sonar un tanto pretenciosa para algunos, pero… es verdad. Si pudiéramos “asomarnos” siquiera un poco a un alma en gracia, entenderíamos lo que significa el poder que Dios deposita en esa criatura con la que convive tan connaturalmente.
Hablaba el apóstol de los Gentiles de cómo administrar justicia sin involucrar a quienes nada tienen que ver con la Iglesia. Sin embargo, cuando en nombre de Dios se cometen tropelías que van más allá de lo imaginable en el hombre, es hora de preguntarse a qué destino nos encontramos abocados.
Por mucho que digan algunos, Europa aún vive de las rentas de haberse enraizado en el cristianismo. Por eso, desde nuestra perspectiva, aún nos parece más cruel todo ese tipo de sangrías que no tienen justificación alguna. Los cristianos estamos llamados a vivir en gracia, y dar testimonio con nuestras acciones y palabras. No podemos renunciar a lo único que nos da verdadero calibre para juzgar los acontecimientos del mundo: Cristo.
“¿No os da vergüenza?”. Pues sí, y en ocasiones mucho más que vergüenza: indignación. Pero ya no por la actitud de otros, sino por la nuestra personal. Dice san Pablo: “Recordad que juzgaremos a ángeles: cuánto más asuntos de la vida ordinaria”. ¿Nos hemos parado a pensar cómo en esos “asuntos de la vida ordinaria” ponemos a Dios? No nos sirve lamentarnos por tanta atrocidad e injusticia, si nos comportamos, en primer lugar, injustamente con nosotros, y con los que tenemos cerca. ¿Me preocupo por vivir en gracia de Dios? No vale la respuesta de que uno no va cambiar el mundo. Eso es mentira. ¡Cambia!, y tu ambiente cambiará. Y cambiarán otros, y otros… hasta que brille la luz de Cristo en todas las almas.
“Sabéis muy bien que la gente injusta no heredará el reino de Dios”. Para muchos no servirá de consuelo esta aseveración del Apóstol. Pero, si he de decirte la verdad, lo demás “me importa un bledo”. Seguiré actuando y denunciando la injusticia en el mundo, pero siempre teniendo como Norte que todo ha de ser para gloria de Dios. Los hombres no nos equivocamos una vez, más bien diría que casi siempre. Lo que nos salva, una vez más, es que Cristo ha dado “la cara” por ti y por mí. Moraleja: Deja la demagogia para otros, y tú sigue construyendo ese reino de Dios con tu entrega, tu generosidad, tu sacrifico, tu renuncia…. ¡ésos son los auténticos pedestales desde donde realizamos las denuncias que tienen eficacia divina!
“En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios”. Jesús realizó muchos milagros y muchas curaciones. Pero no hemos de olvidar que, aún siendo Dios, pasó horas y horas orando ante su Padre. ¡Qué le importaban al Señor los aplausos de los que eran testigos de sus prodigios!… Lo único que quería era la conversión de esos corazones (también los nuestros) tan duros de “mollera”, y captar el verdadero mensaje: “Si quieres, tú también puedes salvarte”.
María, la Virgen, tuvo que ser testigo del brutal asesinato de su propio hijo. Ella entiende el dolor de tantas madres que ahora, llenas de desconsuelo y rabia, piden una explicación… La Virgen lo guardaba todo en su corazón, porque sabía que el designio de Dios es mucho más fuerte que el del hombre. Es lo que los cristianos llamamos Providencia divina.
De los doce apóstoles, siete tienen el nombre que vienen del tiempo de los patriarcas: dos veces Simón, dos veces Santiago, dos veces Judas, y una vez ¡Levi! Esto revela la sabiduría y la pedagogía del pueblo. A través de los nombres de patriarcas y matriarcas, dados a sus hijos e hijas, mantuvieron viva la tradición de los antiguos y ayudaron a sus hijos a no perder la identidad. ¿Qué nombres les damos hoy a nuestros hijos e hijas?
Un comentario / reflexión muy acertados. Muy buena la parte de “no voy a cambiar el mundo”. Nadie tiene que cambiar el mundo. La vida se nos ha dado para disfrutarla. Pero para disfrutarla con mayúsculas. Y ese disfrute consiste en escuchar todos los días a Dios en nuestro corazón y ver al de al lado con los ojos de Cristo. Y con esto daremos fruto. Descubrir el amor de Dios es un regalo para cada uno. Lo difícil es no buscarnos a nosotros mismos. Todo es muy sutil. Querer cambiar el mundo es “buscar mi propio deseo para sentirme bien” en vez de aceptar que Dios me quiere y dejarme hacer.