Aunque las palabras de Jesús se encuadran en la resistencia que algunos opusieron a la predicación del Bautismo y a la suya propia, también hemos de entenderlas referidas a nosotros. Si bien en el evangelio encontramos a algunos que se convirtieron ante el testimonio de Juan y que tampoco faltaron quienes siguieron a Jesús, las palabras del Señor se refieren a los que siempre encuentran una excusa. Así, no querían al Bautista por su austeridad, que encontraban excesiva y sospechosa y para no acoger a Jesús argumentan que es amigo de publicanos y pecadores y que come y bebe. Es como si al ver que su corazón se conmovía ante la predicación buscaran ansiosamente un motivo para no dejarse convencer.

En la fe no sólo entra en juego la inteligencia sino también la voluntad. Siendo ésta un don de Dios pide en nosotros el libre asentimiento. De ahí, también, que nuestro juicio venga condicionado por nuestra voluntad. Forma parte de nuestra experiencia que a no todos los miramos con los mismos ojos. La mirada benévola hace que disculpemos con facilidad las faltas y que seamos más proclives a realzar los aspectos positivos. Por el contrario, si hay en nosotros cierta animadversión contra alguien, tendemos a minimizar cuánto hay de bueno en él y a justificar nuestra postura en base a ciertas deficiencias que decimos encontrar. Así, muchas de nuestras miradas vienen condicionadas por la lente de nuestro corazón, de sus afectos, sus durezas, sus intenciones no siempre explicitadas,…

El evangelio de hoy nos cuestiona sobre nuestra disponibilidad a dejarnos salvar por Jesús. Quizás lo primero es reconocer que no nos bastamos a nosotros mismos. Y esa llamada a la conversión; ese acercarse misericordioso de Dios a nosotros, a veces se da mediante la llamada a la penitencia (porque nos damos cuenta de lo que hemos hecho mal y queremos volvernos hacia el Señor), y otras porque sentimos su abrazo que nos acoge y no llama a su lado, mostrándonos que nos ama a pesar de nuestras debilidades. En ambos casos hemos de reconocer la primacía de su amor y nuestra pobreza.

Personalmente el evangelio de hoy me hace reflexionar sobre cómo vivo mi apertura a lo que Dios quiere decirme; me pregunto si no estoy siempre demasiado cerrado en mí mismo y encuentro con facilidad excusas para demorar la respuesta. Estoy convencido de que el Señor se acerca a mi de muchas maneras y de que, si no percibo más su llamada constante a seguirle más, es por la actitud, quizás ya hábito, que tengo.

Por eso pido a Jesús que me ayude a reconocerlo en los momentos tristes y en los alegres, para que siempre pueda percibir el amor que me tiene. En todo instante Él está cerca y permite experimentar su salvación si le abro el corazón. Él conduce la historia y necesito purificar mi mirada para darme cuenta de ello.

Que la Virgen María nos ayude a responder en cada momento a lo que Jesús quiere de nosotros y también a saber acompañar a los que pasan por momentos de dolor y a compartir la alegría de los que la disfrutan.