Jesús ha ido a comer a casa de un fariseo. ¿Por qué lo ha invitado? ¿Por curiosidad? ¿Para granjearse una buena opinión entre el pueblo que admiraba a Jesús? ¿O, como se descubre en el texto para observarlo de cerca y criticarlo? Uno puede estar cerca del Señor pero no basta eso. El evangelio de hoy nos indica que hay que hacerlo con fe y amor.

Aquel fariseo, que había rogado (insistido) a Jesús para que fuera a su casa falla, sin embargo en las normas elementales de cortesía (¡Ojo! Un fariseo, es decir alguien riguroso en la aplicación de las normas rituales y que sin embargo, parece ignorar el abc de la educación)

Un sacerdote que conocí y que ya falleció me repetía con frecuencia que las virtudes sobrenaturales suponían también las naturales. A lo que se refería con esa frase quería decir que si tenemos fe, si somos gente de oración, etc., no podemos ser bruscos con la gente, ni maleducados o descorteses. No se trata de una regla de tres, pero sí que indica que conforme nos vamos uniendo al Señor vamos aprendiendo también a tratar mejor a los demás y no por un formalismo sino por el ejercicio de la caridad (luego, a uno, a veces le traiciona su carácter).

La escena del evangelio es muy hermosa. Hay una mujer que se acerca a Jesús con todo el peso de sus pecados y su arrepentimiento. Es más, se acerca con su amor. Lava y enjuaga los pies de Jesús con sus lágrimas y cabellos, los cubre de besos y los unge con perfume.

En respuesta Jesús le perdona los pecados. A la que le había honrado externamente Jesús la sana en su interior. Y aquel acontecimiento le permite dar una enseñanza sobre el perdón de los pecados. No hay perdón sin amor. El fariseo amaba poco y por tanto podía recibir poco de Jesús, en cambio aquella mejor amó mucho y recibió mucho más del Señor.

Dijo san Pío de Pieltrecina:“Que la esperanza en la misericordia de Dios nos sostenga en el tumulto de las pasiones y contradicciones. Corramos confiadamente al sacramento de la penitencia en el que el Señor nos espera con una ternura infinita. Y una vez perdonados nuestros pecados, olvidémonos de ellos, porque el Señor ya lo ha hecho antes que nosotros. Aún admitiendo que hubieras hecho todos los pecados del mundo, el Señor te repite: «Tus muchos pecados están perdonados porque has amado mucho».

Señor Jesús, tú eres la misma dulzura: ¿cómo podría vivir sin ti? Ven, Señor, a tomar tú solo posesión de mi corazón”.

Por eso el evangelio de hoy también nos invita a pensar de que manera vivimos el encuentro con Jesús en el sacramento de la penitencia. Al que nos espera para darnos su misericordia hemos de acercarnos con amor. No para cumplir un formalismo sino para vivir ese encuentro sacramental en el que vivimos la sobreabundancia de su gracia. Él quiere que nos acerquemos con sencillez y con fe y fiados de su amor. Porque lo que quiere, como indica al despedir a aquella mujer es que vivamos en paz, con esa paz que sólo el puede darnos.