Fácilmente pensamos en Jesús rodeado de sus apóstoles. Luego, en ocasiones lo vemos rodeado por multitudes que acuden a escucharle, o que llevan a sus enfermos para que los cure. De vez en cuando encontramos a algunos que se acercan a él durante un tiempo, como los que le acompañaron en su entrada en Jerusalén. San Lucas, nos presenta hoy a algunas mujeres que, junto a los Doce, le acompañaron también durante su ministerio público. No se dice mucho de ellas, pero estaban allí, cerca de Él, y se nos dan algunos nombres: María Magdalena, Juana, Susana y se añade “otras muchas”. No son las únicas que aparecen en el evangelio. Conocemos también a Marta y a María y a las mujeres fuertes que, cuando todos huyeron, estuvieron junto a la cruz de Jesús. También a las “valientes” que fueron a primera hora al sepulcro con la intención de ungir el cuerpo del Señor. De entre las que cita Lucas sobresale María Magdalena quien, además, recibió el encargo de anunciar a los apóstoles la resurrección de Jesús. Y no podemos dejar de pensar en la Virgen María, asociada a la misión de su Hijo quien, señaló Benedicto XVI, “por su fe y su colaboración maternal coopera de manera única a la redención”. No podemos dejar de dar gracias por tantas mujeres que, en la historia de la Iglesia y también ahora, han dedicado su vida al Señor dando testimonio de su presencia y su amor. Gracias Señor.

Por otra parte el evangelio de hoy recuerda la expresión que tanto utiliza el Papa Francisco de “Iglesia en salida”. Leemos: “Jesús iba caminando de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo, proclamando y anunciando la Buena noticia del Reino de Dios”. La tarea de Jesús es después continuada por la acción misionera de la Iglesia en la que se anuncia tanto el evangelio como la vida nueva que, alrededor del Señor se va suscitando.

Un ejemplo de esa vida nos la recuerda la liturgia de hoy, en la que conmemoramos a san Andrés Kim Taegong y otros compañeros (103) mártires en Corea en el siglo XIX. Parece que Andrés fue el primer coreano ordenado sacerdote. Antes la fe había llegado a su país a través de los misioneros en el siglo XVI. La palabra de Jesús llega a los sitios y arraiga. Siempre lo hace a través del testimonio de los que ya lo han conocido y han experimentado su amor. Por ello el evangelio de hoy también nos invita a pensar en nuestra misión en la Iglesia y de qué manera podemos contribuir a que el Señor llegue a tantas personas que no lo conocen. Y me gusta pensar que siempre que estamos en alguna actividad apostólica, y por supuesto en todos los momentos de la vida, hemos de sentirnos como acompañantes de Jesús. No somos nosotros los que damos la salvación, ni es nuestra palabra la que ha de resonar, sino la suya. Lo acompañamos y que bello pensar que él goza de nuestra compañía.