Miércoles 25-9-2019, XXV del Tiempo Ordinario (Lc 9, 1-6)

«Jesús reunión a los Doce y les dio poder y autoridad. Luego les envió a proclamar el Reino de Dios». Con su Encarnación, Dios entró en el mundo. Se hizo uno de nosotros, vivió en un tiempo (hace 2.000 años) y en un lugar (Palestina) muy concretos. Gracias a su Humanidad Santísima pudo manifestarse a los hombres; pero, precisamente por hacerse hombre, Jesús estuvo sujeto a las leyes del espacio y del tiempo. Convivió y conversó con los hombres de su tierra y de su generación. Por eso, muchos se preguntan: si Jesús vivió hace ya tantos siglos y tan lejos de aquí, ¿cómo podemos conocerle? ¿No podría manifestarse también ahora? ¿No podríamos nosotros convivir con él? El Evangelio de hoy nos habla de una de los modos más sorprendentes de actuar de Dios. Para llevar a cabo su misión en el mundo, Dios, que todo lo puede, ha querido necesitar de los hombres. La misión de Jesús (expulsar demonios, curar a los enfermos, proclamar el Reino de Dios) se prolonga en la misión de los apóstoles. Ellos tienen la misma misión de Jesucristo y para ella cuentan con su mismo poder y autoridad. Y la misión de los apóstoles se prolonga en el espacio y el tiempo, en todos los lugares y todos los siglos, en la misión de la Iglesia. Jesús ha querido contar con su Iglesia para llegar a todos. Jesús ha querido contar contigo, y conmigo. ¡Con nosotros!

«No llevéis nada para el camino». Esto es precisamente la Iglesia: la continuadora de la misión de Jesús. No es una insitución de poder internacional, ni una ONG muy especial, ni un grupete de amigos, ni una comunidad de vecinos venida a más. La Iglesia existe para evangelizar, y para evangelizar como lo hizo Jesús. Por eso, la fuerza de la Iglesia no está en poseer muchos medios de comunicación, o en dedicar grandes sumas de dinero a la propaganda, o en contar con mayorías de opinión. Lo ha dicho muy claramente el Señor: «no llevéis ni alforja, ni pan ni dinero; tampoco llevéis túnica de repuesto». La Iglesia no confía en los medios materiales para asegurar su misión en el mundo. Su eficacia no proviene de una estrategia muy pensada o una cuidada campaña publicitaria. No. Su eficacia viene del mismo Cristo. Por eso, no necesitamos nada para evangelizar. ¿Que somos pocos? ¿Que no contamos con grandes medios? ¿Que apenas sabemos hablar a los otros? ¿Que estamos llenos de miserias? Todo razones humanas… Jesús cuenta con nosotros para enviarnos a esta apasionante siembra divina en los corazones. Él no necesita nada más.

«Ellos se pusieron en camino y fueron de aldea en aldea, anunciando la Buena Noticia y curando en todas partes». Sí, se pusieron en camino. Inmediatamente. Y sin pensárselo mucho, como en las grandes aventuras. No hicieron un curso previo de capacitación para ser buenos comunicadores. Tampoco organizaron un simposio para valorar los objetivos y los métodos. Menos todavía se reunieron en una asamblea representativa para decidir los detalles y preparar la misión. Nada de eso hace fata. Los apóstoles se fiaron de la palabra de Cristo y se pusieron en camino. Sólo iban armados con la gracia de Dios, buen humor y unos grandes deseos de prender fuego al mundo. Y no les hizo falta nada más. ¿No te lanzas tú también?