Jueves 26-9-2019, XXV del Tiempo Ordinario (Lc 9, 7-9)

«El virrey Herodes se enteró de lo que pasaba y no sabía a qué atenerse». Es cierto, era imposible que Herodes no se enterase. Se hablaba de ello en toda Galilea. Un hombre que con su palabra expulsaba demonios, calmaba tempestades, hacía andar a cojos y oír a sordos, multiplicaba el alimento para miles, resucitaba muertos… Las noticias corrían como la pólvora. Ciertamente, Jesús estaba de moda. Todo el mundo quería saber de él, oírle hablar, verle personalmente. Hasta los fariseos y escribas se acercaban curiosos y le tanteaban con numerosas preguntas. Incluso un personaje como Herodes, tirano lascivo y cruel, quería conocer a Jesús. El evangelista no nos detalla el porqué de este interés, pero el hecho de que tuviera curiosidad por saber más de ese nazareno ya resulta muy llamativo. No olvidemos que Herodes fue un hombre lleno de maldad y traición, capaz hasta de arrebatarle la mujer a su propio hermano. Pues hasta este hombre sentía grandes deseos de ver en persona al Salvador. ¿Y nosotros no tenemos una inquietud todavía más grande de conocer en persona a Jesús?

«Unos decían que Juan había resucitado, otros que había aparecido Elías, y otros que había vuelto a la vida uno de los antiguos profetas». Seguro que si estás leyendo estas líneas es porque tienes muchos deseos de conocer a Cristo. De conocerle, amarle y seguirle. Pero el problema es que en cuanto uno pone un poco de interés en la persona de Cristo le sucede como a Herodes: no sabe a qué atenerse. Para unos, Jesús fue un rabino con gran autoridad, que enseñó la moral más elevada de la historia de la humanidad. Otros le ven como un gran liberal, un itinerante que predicaba el amor universal y libre frente a la esclavitud de los sacerdotes, el templo y la ley. Muchos lo consideran un profeta revolucionario contra todas las insitituciones establecidas, rebelde conta romanos y judíos. Algunos lo tienen por un profeta de los últimos tiempos. Los hay incluso que afirman todo eso junto y a la vez. ¿Quién es Jesús? A veces parece que dibujamos una imagen de Jesús más acorde a nuestros deseos y esquemas que a lo que Jesús realmente hizo y dijo. En definitiva, todos hablan de un Jesús a su medida. A la medida de cada uno, claro. Un Jesús a su imagen y semejanza. Pero, ¿es este el verdadero Jesús de Nazaret?

«Herodes se decía: “¿Quién es este de quien oigo semejantes cosas?” Y tenía ganas de ver a Jesús». ¿Tienes ganas de ver a Jesús? ¿De oírle, conocerle, hablarle? Pues sólo hay un camino: leer el Evangelio. Si quieres encontrarte con Cristo, abre las páginas del Evangelio. Ese es el Jesús real, verdadero, histórico. Ese es el Jesús que habla, cura y salva. Hay una costumbre tan antigua como la misma Iglesia de leer todos los días un fragmento del Evangelio. No hace falta que sea mucho: un capítulo, unos 5 minutos, quizás basta con un episodio. Incluso el Evangelio de la Misa de cada día es suficiente. Pero es importante hacerlo todos los días. Y cuando hayamos acabado los 4 evangelios, pues vuelta a empezar. Sólo así conoceremos el rostro verdadero de Jesús, y su palabra se imprimirá fuertemente en nuestra mente y en nuestro corazón. Reza hoy con el salmista: «Oigo en mi corazón: “buscad mi rostro”. Tu rostro buscaré, Señor; ¡no me escondas tu rostro!». Nulla dies sine linea, ¡ningún día sin al menos una línea del Evangelio!