Sábado 28-9-2019, XXV del Tiempo Ordinario (Lc 9,43b-45)

«Entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: “Meteos bien esto en la cabeza”». Los Evangelios de la Misa de estos días son muy breves. El de hoy apenas llega a un par de versículos. Pero son tan cortos como llenos de contenido. Cada detalle y cada palabra importan. Durante toda la semana, las palabras del Señor nos están introduciendo en su misterio más profundo: quién es Él. Ahora, en el capítulo 9 del Evangelio de san Lucas, que estamos leyendo, sucede un giro argumental inesperado. Es, como en las mejores películas, toda una vuelta de tuerca. Jesús, así lo hemos ido descubriendo, se ha manifestado como el Salvador, poderoso en obras y palabras. Pedro, en nombre de los apóstoles y de todos los creyentes le reconoce: «Tú eres el Mesías». Pero, cuando todo parece estar saliendo perfecto, Jesús anuncia su Pasión y encamina sus pasos a Jerusalén, emprendiendo el camino que le conducirá a la Cruz. «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del Hombre lo van a entregar en manos de los hombres». Nos lo tenemos que meter muy bien en la cabeza: Jesús no es un Mesías como nosotros lo imaginamos. El camino de Cristo no es el del triunfo y el éxito. El camino de Jesús sube al Calvario. Allí él se manifestará como el verdadero Mesías que tenía que venir al mundo.

«Pero ellos no entendían este lenguaje». Creo que comprendemos muy bien a los apóstoles. Nosotros tampoco entendemos este lenguaje de Jesús. Él nos habla de sufrimiento, de Cruz, de Redención. Pero a ellos –y a nosotros– «les resultaba tan oscuro, que no captaban el sentido». Porque, ¿qué lenguaje entendemos nosotros? Sólo hablamos el lenguaje del éxito según las categorías humanas: el del triunfo en nuestras empresas. Para nosotros, la victoria se obtiene por una mayoría de votos, por un manejo de la opinión en los medios, por un multimillonario negocio, por un movimiento social con miles de seguidores, por la comodidad. Todos buscamos esto. Es nuestro lenguaje. El del hombre hecho a sí mismo, que no debe nada a nadie, que triunfa por sus solas fuerzas. El vivo ejemplo del éxito. Pero Jesús es todo lo contrario. Según nuestras categorías, sólo hay una palabra para definir su misión: un “fracaso”.

«Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto». Es más que comprensible la incomprensión de los apóstoles. Ellos esperaban el triunfo de Jesús. Es más, lo habían visto en su auge: las multitudes, los milagros, su autoridad… Es normal que soñaran que eso iba a durar siempre. Tú y yo haríamos lo mismo. Pero ese no es el camino de Jesús. Desde este momento, todo el Evangelio según san Lucas va a ser una larga y costosa subida a Jerusalén. Y Cristo quiere que le sigamos. Quizás no entendemos bien adónde vamos o qué quiere el Señor de nosotros. Quizás tengamos miedo de preguntarle por si habla de Cruz. Pero hagamos como los apóstoles. Ellos se fiaron. Y siguieron de cerca los pasos de Cristo. Es verdad, no sabían adónde les conducía, pero sabían que iban con Él.