No hace mucho que han recomenzado las clases y siempre el comienzo del curso está cargado de proyectos, de ilusiones, de sueños… especialmente interesante resulta observar a los más pequeños del cole, a los niños y niñas de dos y tres años que inician, sin la menor conciencia, el largo itinerario que les llevará a la vida adulta y que les dotará (o no) de todas aquellas herramientas para ser hombres y mujeres plenos.

Junto a las lágrimas de cocodrilo, me gusta ver las miradas limpias de estos niños, que miran sin prejuicios el presente, me gusta ver los ojos cargados de ilusión, el asombro… ese no se qué que se pone en lo ojos que descubren el mundo. Al leer el evangelio que la liturgia de este lunes nos propone me volvían  todas esas imágenes, y casi sin querer me salía una sonrisilla de esas que alegran la mañana.

Cómo me gustaría que mis ojos y mi mirada mantuviesen esa ilusión, muchas veces mis ojos cansados y miopes miran al mundo con escepticismo, miran al mundo sin esperanza, miran al mundo calculando éxitos superficiales, miran al mundo en definitiva con unos ojos muy distintos a los de los niños, con unos ojos distintos a los de Dios.

Por eso Señor cuando te escucho decirnos que el más pequeño es el más importante, me sonrojo sin querer porque he hecho muchas veces mi camino por senderos en los que tu no transitas. Me gusta pensar e imaginar qué pensarían o que sentirían los apóstoles al escucharte… como te verían en medio de semejante escena, como dudarían de lo que hacías, incluso de tu cordura… y me anima a seguir adelante el saber que ellos se mantuvieron a tu lado, y que yo, como ellos puedo hacer lo mismo.

Aquí mi oración de hoy: Limpia Señor mi mirada para que pueda ver el mundo como Tú lo ves.