El título de esta breve reflexión, que tomo prestado a Martín Descalzo, de uno de sus maravillosos libros de Razones, que tanto bien ha hecho a mi vida espiritual. Ha golpeado mi mente esta mañana cuando me enfrentaba a la página en blanco y a las lecturas de este miércoles en el que celebramos la memoria de los santos ángeles custodios.

Y me ha golpeado la sesera por el contraste entre la historia Nehemías, que recibe de Astajerjes todas las facilidades para llevar adelante su empeño y la historia de aquellos tres que hoy son llamados en el Evangelio a entregar lo único que podemos dar los hombres: la vida. El primero se muestra entusiasta, «Te seguiré donde quiera que vayas» y Jesús le da un baño de realismo con una respuesta políticamente incorrecta… como en aquel diálogo con Pedro en la última cena en medio de la disputa del lavatorio, «hasta a la muerte iría por tí»… como se deshacen nuestras bravuconearías ante la realidad difícil del seguimiento… y me brota del corazón una oración por los sacerdotes, por los consagrados cuyos quereres se quedaron en un no poder…

Después dos que presentan sus más sinceras excusas al Señor, respuestas políticamente correctas, una amable declinación, un razonable rechazo, cuántas veces te rechazo yo así Señor, cuantas veces en mi peregrinar declino tu invitación al «magis», cuantas veces bebo de los charcos pudiendo beber del manantial de aguas vivas… y de nuevo me brota una oración de lo más profundo de mi corazón y mi recuerdo por todos aquellos que podían haberte seguido, que podían haberse entregado, pero optaron por lo razonable…

Por todo ello sé que Martín Descalzo tenía razón, que en el cielo no hay más enchufe, ni más padrino que el amor incondicional, y que si bien es cierto debemos tener amigos hasta en el infierno, yo prefiero los amigos del cielo y te pido con humildad que guíes mis pasos hasta mi patria, el cielo.