«Todo el pueblo estaba atento al libro de la ley», al leer escuchar esta mañana la primera lectura, toda del libro de Nehemías, no podía por menos que sorprenderme ante esta afirmación, y me sorprendía a mi mismo recordando esos sermones aburridos, faltos de vida que tantas veces se nos escapan los domingos a los curas, o de las siestecillas de mis alumnos cuando les explico en las clases de religión las excelencias de la existencia cristiana, incluso, indagando algo más en mi memoria puedo recordar sesudas conversaciones con catequistas o cristianos practicantes que más que aceptar las normas, creen que la ley en la Iglesia es como las señales de tráfico en la sociedad, orientativas…

En realidad me muero de envidia, me encantaría tener la pasión de Nehemías que leyendo la ley tenía a todo el pueblo sin respirar, o la pasión de los setenta y dos que envía hoy Jesús en el Evangelio a predicar, esa valentía o santa inconsciencia de los predicadores itinerantes, de aquellos discípulos que se lanzaron a la predicación del Reino… y como no recordar a los misioneros, desde mi San Francisco Javier al último misionero abandonado de todo en la selva amazónica o en un isla del Pacífico Sur… pero Señor tu que lo sabes todos, y que sabes que te quiero me has mandado a predicar entre los bostezos, a mantenerme oculto tras un pseudónimo: «comentarista 11» y a «sufrir» el lento desgaste de las clases de secundaria, gracias Señor.

Sólo hay una cosa necesaria para convertirse en predicador de la Palabra, estar entusiasmado, estar enamorado, y como dice una muy buena amiga mía, si estuviésemos entusiasmados nada se nos resistiría, ni si quiera esa especie de aburrimiento que en nuestros hermanos provoca nuestra fe. ¿Cómo entusiasmarse? Ojalá tuviese la respuesta, solo me diré a mi mismo (y de paso lo comparto con vosotros) que sólo estamos entusiasmados cuando soltamos amarras, dejamos las alforjas y las sandalias y los trastos y nos abandonamos en las manos amorosas de Dios que nos conducen sumamente hacia nuestra patria, hasta el cielo.

Dame Señor la coca-cola de tu amor que me impida dormirme y que me despierte para atender a mis hermanos. Gracias.