Celebramos hoy queridos hermanos la fiesta de San Francisco de Asís, impuesto es rezar por el Papa en este día de su onomástico, y obligado es también mirar al «Poverello», al Santo de Asis, uno de los más importantes en la Historia de la Iglesia. Cuando uno visita la tumba de San Francisco sufre un shock, un choque entre las pinturas del Gioto con sus colores cálidos y sus figuras renacentistas y la tumba propiamente dicha, un gran pilar de sillares completamente medieval, recuerdo como si fuese ayer que la única vez que he estado en Asís en la tumba sentí la necesidad imperiosa de confesarme, algo así sintió el Autor Sagrado, según lo que nos expresa en la primera lectura.

Si, en ocasiones es sano que nos «abrume la vergüenza», es completamente saludable que nos sintamos y reconozcamos pecadores, poca cosa, y que incluso podamos llorar, con lágrimas senadoras nuestros pecados, porque si no salen a la luz, sino somos conscientes de nuestras pobrezas, lo pecados se convierten en el veneno que emponzoña nuestro corazón. Dicen los médicos que la peor enfermedad es la que no da la cara, porque contra ella no se puede hacer nada. Lo mismo ocurre en la vida espiritual, si nos sentimos ya justificados, si no nos sentimos pecadores, si no somos capaces de arrepentirnos de nuestros desmanes, estamos en una situación de extrema gravedad porque nos encontramos ciegos ante nuestra propia enfermedad.

El mismo San Ignacio consideraba el don de las lágrimas, la experiencia de Desolacíón, como una verdadera Gracia, como un regalo del Espíritu que nos permite ser realistas, nos permite colocarnos en nuestro sitio, y buscar con sinceridad de corazón y sin prepotencias el camino de la Conversión. Esa senda estrecha que recorrió a lo largo de sus vida San Francisco, que renunció incluso al presbiterado (sólo fue ordenado diácono) por saberse indigno de semejante regalo del Señor, el don de ser sus manos y su voz en el mundo, el don del servicio a su pueblo, el gran don de la consagración de la propia vida al servicio de Dios.

Si el martes celebrábamos a Santa Teresita o celebramos a Francisco, si ella nos enseñaba la humildad como camino, él nos enseña a leer el evangelio sin paños calientes, sin interpretaciones, si ella nos proponía ser el amor, y deseaba ardientemente dar hasta la última gota de su sangre por Jesús, él nos enseña la renuncia de las cosa del mundo para atender a las cosas de Dios.

Señor que recupere el espíritu de Francisco y pueda alabarte por todo lo creado, que sepa ver tu mano poderosa en la naturaleza que es tu regalo, que no me sienta dueño, sino polizón del mundo y que desde mi pobreza pueda amarte sin descanso como Francisco, como Teresita.