Celebramos hoy queridos hermanos una fecha entrañable del calendario litúrgico, las temperas de acción de gracias. Esta fiesta tiene un marcado carácter agrícola, situada al fin del verano, con la mirada fija en el invierno se entremezclan los sentimientos, por una parte el agradecimiento, por otra parte la tarea pendiente, por una parte la certeza del trabajo bien hecho, por otra parte las incógnitas que despierta en nosotros el futuro. Todos estos sentimientos los recoge muy bien San Alberto Hurtado que en una de sus múltiples predicaciones, concretamente al predicar en el Te Deum de 1948 en su querida tierra chilena expresa con precisión estos contrastes que animan la fiesta litúrgica que hoy celebramos.

Sin embargo me resulta especialmente curiosa la primera lectura que la liturgia nos propone hoy, porque si bien es un día de acción de gracias, en esta lectura del libro del Deuteronomio se describe perfectamente el itinerario que, por desgracia, recorremos los hombres en muchas ocasiones. Partimos de la necesidad, en un momento de nuestra vida, nos encontramos a la intemperie, recurrimos al Señor que nos auxilia, se hace presente en nuestra necesidad y nos colma de bienes, y misteriosamente, solucionadas nuestras angustias nos olvidamos de todo, o mejor nos olvidamos de quién es el que realmente nos ha sacado del lío y seguimos tan panchos con nuestra nueva prosperidad, incluso nos creemos conquistadores de semejantes logos, y nos olvidamos de los llantos y los miedos de la primera hora. ¡Que paciencia tiene el Señor con nosotros!

Sin embargo hoy teniendo en cuenta los tiempos que corren, esta reflexión estaría incompleta si nos olvidáramos de otro aspecto fundamental de esta fiesta que no es otro que reconocer a Dios como Señor de la creación y reflexionar en el ambiente del sínodo para la Amazonia sobre la encíclica del Papa Francisco «Laudado Sii», grito a la humanidad por el cuidado de la casa común, grito de la Iglesia que quiere sacudir las conciencias de todos y situarnos ante los desafíos futuros, fruto de nuestras conductas reprobables, grito de la Iglesia por nuestros hijos y su derecho a un futuro de prosperidad…

Y pese a todos los problemas y miserias que pueden salir ante el discurso de la ecología y del desastre que es nuestro mundo, quiero acabar con una cita que nos mueve a la esperanza y al dar gracias que es lo de hoy, conscientes de nuestra responsabilidad de cara al futuro:

«El desafío urgente de proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común» (LS13)