Menudo disgusto tiene hoy Jonás. Deberíamos pensar que su misión ha tenido éxito, los ninivitas se convirtieroa a Dios y Dios no destruyó la ciudad. Pero Jonás buscaba fuegos artificiales y efectos especiales.. Contar luego a sus amiguitos: «Yo anuncié la destrucción de Nínive y ya no queda piedra sobre piedra.» Pero no fue así, Dios se arrepintió de su amenaza y los habitantes de Nínive siguieron viviendo, convertidos al Señor, tan felices en su ciudad. Y Jonás se disgusta muchísimo.

«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos» Enseñar a orar no es sólo aprender una serie de palabras, es introducirnos en la vida de Dios para tener su mismo corazón. No basta con recitar las palabras, sino hacerlas vida. Por eso cada frase del padrenuestro, cada una de las peticiones, no nos deja indiferentes, y decir: «perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe» en ocasiones cuesta mucho, e incluso a veces nos revelamos o nos disgustamos con Dios, como Jonás.

Empezar cada mañana con un «Hágase tu voluntad,» aunque no aparezca en el Evangelio de hoy, es poner nuestra confianza plena y total en que Dios hará lo mejor, aunque tenga que arrepentirse de sus amenazas, aunque nos quite el protagonismo de este día, aunque yo crea que lo mejor es otra cosa. Poner nuestra debilidad en Dios pidiéndole que no nos deje caer en la tentación es reconocer que somos pequeños y sin Él nada podemos. La oración de cada día nos pone a nosotros en nuestro lugar y a Dios en el suyo…, por mucho que a lo largo del día queramos cambiar ese orden.

Señor, enséñanos a orar, sin ti no somos nada. Hoy mejor rezar que hablar. Que la Virgen María, maestra de oración, nos vaya introduciendo en el camino de la contemplación.