Parece que pecar sale barato, es más, puede parecer que querer vivir en gracia de Dios es de “pringaós” que se diría vulgarmente. Uno lucha por vivir en gracia, por evitar el pecado, luchar contra sus pasiones y parece que Dios no nos mira con orgullo, incluso a los males les va mejor. Ya nos lo dice el profeta Malaquías: «Pura nada, el temor debido al Señor. ¿Qué sacamos con guardar sus mandatos, haciendo duelo ante el Señor del universo?; Al contrario, los orgullosos son los afortunados; prosperan los malhechores, tientan a Dios, y salen airosos». Parece que los ricos y famosos se afanan en mostrar su vida de pecado y a los buenos los persigue Hacienda. Parece que poco bueno trae vivir según Dios, excepto cierta paz interior que el demonio se empeña de llenar de envidia para arrancarnos esa paz. Esta experiencia se suele tener cuando se comienza el camino de conversión, o cuando se ha vivido tibiamente y decide uno vivir en serio su vida cristiana. Nada más lejos de esa experiencia.

«Pues yo os digo a vosotros: pedid y se os dará, buscad y hallaréis, llamad y se os abrirá; porque todo el que pide recibe, y el que busca halla, y al que llama se le abre. ¿Qué padre entre vosotros, si su hijo le pide un pez, le dará una serpiente en lugar del pez? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se le piden?».

Cuando se comienza a vivir en el Espíritu -no sólo a cumplir los mandamientos-, entonces se encuentran tesoros que por ningún otro camino se pueden conseguir, y que no los cambiarás por nada. Dicen que San Felipe Neri amaba tanto a Dios que se le agrandó el corazón y le deformó algunas costillas. Lo primero que uno descubre es que Dios es. Puede parecer de Perogrullo, pero cuando se tiene la certeza de que Dios es y está con nosotros, cuando vislumbramos un mínimo de su grandeza y del inmenso amor que nos tiene, cuando a pesar de saber de nuestra indignidad conocemos su mirada de cariño…, entonces eso no se puede cambiar por nada.

Luego descubres que Dios no sólo te mira, sino que es providente, que te cuida. Descubres que no hay nada en tu historia o en tu situación que escape de la mano protectora de Dios. Y descubres que te da igual salud que enfermedad, riqueza que pobreza, aplauso que abandono. En todas esas situaciones está Dios, y estando con Dios lo tienes todo.

Después descubres a Jesucristo. No como una figura histórica o un simple sabio. Descubres a Jesús Dios. Es el amor tan grande que nos ha tenido el Padre que se encarna, te sana y te perdona. No sólo te indica un camino, sino que te acompaña por él. Y ala vida no te lleva de un lugar a otro sin saber muy bien dónde estás, sino que sigues las huellas de Aquél que te ha dicho: Sígueme. En algún momento puedes no entender por qué estás en una situación concreta, pero tienes la certeza de que estás en el verdadero camino pues no es el tuyo, sino el que Jesús te va marcando.

Y finalmente descubres que eres templo del Espíritu Santo. No es solamente que el Espíritu Santo te susurre algo al oído del alma o te consuele en momentos de angustia o desconsuelo. Es que ha decidido que seas su templo, vivir en ti permanentemente, hacer morada en ti. Y sabes entonces que, aunque tu te olvides en ocasiones de Él, nunca te abandona y te conoce mejor que tu a ti mismo.

Y eso cambia tu relación con el mundo, con la gente, aprendes a mar cada día más, aún lo menos amable, si descubres que dios también lo ama. Y ya no ves a la Iglesia como una organización, sino como un cuerpo con Cristo como cabeza, y los santos se hacen cercanos, y palpas la maternidad de María.

Los “malos” podrán tener muchas cosas, simplemente cosas ¿No  prefieres tenerlo todo en Dios?