¿Y qué es convertirse? – pregunta la gente con verdadero interés; convertirse es darse la vuelta para no seguir dando la espalda a Dios, avanzando por un camino que nos aleja de Él sino todo lo contrario, darse la vuelta para vivir de cara a Dios, teniéndolo como compañero de camino hasta donde Él nos quiera llevar.

Hoy es viernes y todos los cristianos miramos al crucificado. Él se ha subido a la cruz y se ha dejado clavar en ella con los brazos totalmente extendidos, para que podamos abrazarnos a Él. Después de regalarnos a María, Reina y Madre de misericordia nos ha entregado su Espíritu. Y todavía después de muerto, nos ha querido regalar el agua y la sangre que brotaron de su costado abierto por la lanza del soldado. Miramos y nos acercamos a ese corazón de Jesús abierto de par en par, como la casa del Padre que tiene muchas estancias para que podamos entrar todos. ¡Cómo no contemplar este espectáculo de amor por nosotros y acercarnos sin miedo a dejarnos colmar de sus dones!

“Yo cuando sea elevado sobre la tierra atraeré a todos hacia mí” (Jn 12, 32) – dijo el Señor poco antes de su pasión. Y así ha sido. El Buen Pastor se he encaramado a este árbol para llamar y atraer hacia sí a las ovejas perdidas. Las despierta del sueño de la muerte con un canto de amor que se escucha por toda la tierra: “perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen”, “te lo aseguro, hoy mismo estarás conmigo en el paraíso”, son algunas de sus estrofas más conocidas.

Hoy es el día propicio. Este es el tiempo de la misericordia. Esta es la hora que estábamos esperando para volvernos a Cristo y encontrar por fin la paz. Jesús reprocha a sus oyentes que son capaces de interpretar el aspecto de la tierra y del cielo, pero no saben interpretar el tiempo presente. Esta es la hora de arreglar las cosas pendientes y por fin encontrar la libertad y la paz que proceden del perdón.

La parábola de Jesús ya la interpretaron muchos antes que nosotros de esta manera: el adversario que camina contigo camino del juzgado es la Palabra de Dios que te contrasta y a veces denuncia tu pecado, te lo declara a ti el primero para que no vivas engañado ni engañando a los demás; el final del camino es la hora de la muerte, en la cual ya será demasiado tarde y no habrá vuelta atrás, como hayamos llegado a esa hora, así nos presentaremos ante el juez que es Cristo, ante quien compareceremos, de modo que cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí mismo (Rom 14, 12). La cárcel es el purgatorio donde padeceremos hasta estar completamente purificados y preparados para salir de allí. Siguiendo esta interpretación, el camino que nos queda es el tiempo disponible para ponernos de acuerdo con la Palabra de Dios. Es el tiempo que tenemos para convertirnos. Se nos da este tiempo y nada más. Después puede ser demasiado tarde.

Pidamos al Señor la luz necesaria para reconocer nuestro pecado, y la fuerza, el valor necesario para darnos la vuelta y convertirnos a su amor misericordioso. Entonces comprobaremos que no hay en los labios de Jesús palabra alguna de condena, ni siquiera un reproche que hacernos con ocasión de nuestra confesión, si acaso el haber tardado tanto y por eso haber sufrido tanto y por tanto tiempo lejos de su corazón.