¡Vaya retahíla de consejos nos da hoy San Pablo para la vida de nuestras comunidades! Cuando uno tiene la responsabilidad de ser capitán del barco —y San Pablo tenía una flota—, ha de estar vigilando para que todo y todos desarrollen su responsabilidad del mejor modo, para que toda la vida del barco transcurra en paz y armonía. Cada uno con su función, con su trabajo propio, muy diverso del de al lado.

Y como cada persona cuenta con virtudes y defectos, la tarea por el cuidado de todo y todos puede resultar agotadora para el capitán, que ha de estar a tantos pequeños asuntos que afectan a toda su tripulación. Su tarea es multidisciplinar, porque tiene la visión del conjunto; hace de jefe, de padre y de madre, de hermano y de abuelo. Unas veces, para ayudar; otras para corregir; otras para animar, aconsejar, consolar, perdonar, escuchar, impulsar, orientar, etc. Por eso hay que rezar tanto por el Papa. Él tiene una flota de 1.254 millones de personas. Y también por el obispo de cada diócesis. Y por el párroco de cada parroquia, o el capellán, rector, o director de la institución a la que estoy vinculado y donde viva mi fe. Quien hace cabeza ha de cuidar de todos, exhortando a todos a cuidar de todos esos detalles que nos indica hoy el Apóstol.

Y en sentido contrario, cada uno de los que forman la tripulación en el barco, ha de tener la disposición del corazón a servir realizando bien su trabajo y arrimando el hombro con los carismas y cualidades que Dios le ha dado. De este modo, la comunión entre el capitán y la tripulación, que en este sentido espiritual abarca a todos los pasajeros, hacen que la vida del barco sea maravillosa.

Así, Cristo, capitán del gran transatlántico que es la Iglesia, desea una estancia realmente placentera de todos aquellos a los que ha invitado a subir al crucero de su vida.

Pero hay quien no valora esta maravillosa aventura. Son los comensales que hoy en el evangelio declinan la invitación a estar en el gran crucero de la salvación. ¡Vaya oportunidad perdida! Se quedan en tierra. Entonces se activa el plan B, que siempre hay que llevar guardado porsiaca, y Cristo no iba a ser menos: invita a los no judíos, gentes del mundo entero con buena voluntad que escuchan la voz de Dios.

Y así hemos entrado por la pasarela en este gran crucero. Sólo le pedimos al Señor que desempeñemos nuestras tareas y arrimemos el hombro con los carismas que nos ha dado para hacer que todos en este gran barco, que es la Iglesia, la caridad de Cristo sea la que conduzca la nave.