MIÉRCOCLES 13 DE NOVIEMBRE DE 2019

AGRADECIDOS (Lucas 17, 11-19)

Es de bien nacidos, ser agradecidos. Con el encuentro cara a cara con cada hombre y sus circunstancias, Jesús nos descubre que a la postre también todos nos retratamos con nuestros gestos. Sólo uno de los diez leprosos curados volvió para darle gracias a Jesús. Y al subrayar que se trata del único extranjero, de un samaritano, nos dice a todos que las apariencias engañan, y que al final lo que cuenta es el corazón, que siempre se manifiesta, y no el “curriculum religioso” del que se gloriaban no pocos compatriotas de Jesús.

Hace unos años murió un amigo mío, un gran amigo. Alfonso era un hombre de fe inquebrantable. Nunca olvidaré su tono de voz, inseparable en mi memoria del contenido de sus palabras. Hasta en la voz irradiaba certidumbre, irradiaba confianza, irradiaba seguridad. Creo que el Eterno Padre le dio esa voz para que pudiéramos los demás encontrar en su palabras certidumbre, confianza y seguridad. Era de esas personas a las que, valga la analogía, se le podría atribuir algo de los que decían del Maestro, que “hablaba con autoridad”. Sus palabras iban precedidas por su oración, por su convicción, por su experiencia. Daba igual que hablase de familia, de política, de economía, de comunicación, de educación, de derecho (todas ellas cosas que le apasionaban), porque al final detrás de cada una de estas palabras había una sola: “designio de Dios”.

Nunca conocí a alguien tan envidiable en las capacidades humanas, intelectuales, y sociales de Alfonso y al tiempo tan humilde. Un día le pregunté que si no se cansaba de tanto agradecer. Siempre, en cada reunión de trabajo, en cada acto público, para él no contaba el tiempo para dar gracias. Me contestó: “el día en que dejemos de decir perdón y gracias, pidamos ayuda, porque entonces es que la cosa va mal”.