SÁBADO 16 DE NOVIEMBRE DE 2019

ORAR SIEMPRE (Lucas 18, 1-8)

Si una imagen vale más que mil palabras, un buen cuento, uno de esos cuentos que no sólo tienen moraleja, sino “retranca”, es decir, que dan que pensar, vale más que mil explicaciones. Y se me ocurre que el cuento de la piscina nos viene muy bien para entender la importancia de la sentencia de Jesús: “Orar siempre sin desanimarse”. Sobre todo cuando te das cuenta que orar, siempre, aunque no nos demos cuenta, nos salva la vida:

“Aquel día no debía ir a entrenar, ya que me habían dicho que la piscina estaría cerrada. Pero yo soy muy terco, la competición estaba ya muy cercana y no quería perder ni un solo momento para practicar. Así que fui, y me llevé una gran alegría cuando vi que la puerta del recinto estaba abierta. Eso sí, apenas había luz, por lo que casi a tientas me cambié como pude en el vestuario y subí casi a ciegas al trampolín, dónde un pequeño foco iluminaba de abajo hacia arriba débilmente el pabellón.

Tengo que practicar muchos saltos hoy, seguro que gano la medalla de oro si me esfuerzo… Pensé mientras adoptaba la postura inicial. Me puse completamente erguido, extendí mis brazos en cruz y…

Entonces, como un flash, quedé impactado con mi propia imagen que se reflejaba en el techo. Me vi y recordé a Cristo crucificado. Hacía años que no rezaba, y mucho más tiempo aún que no entraba en una Iglesia. Sin embargo, aquella imagen llegó hasta lo más profundo de mi corazón. Recordé aquellas imágenes que había visto de pequeño de Cristo crucificado, y lo que me habían contado mis catequistas y los sacerdotes acerca del gran sacrificio que  Cristo había hecho en la cruz muriendo por nosotros.

Bueno, un poco de oración no me vendrá mal… pensé… Así es que en lugar de lanzarme a la piscina, me arrodillé en el trampolín y comencé a rezar… Quizás, volví a reflexionar, hasta Jesús me ayudaría a que mi salto el día de la competición fuera perfecto… No recuerdo cuanto tiempo estuve arrodillado rezando, ya que me detuve un rato a recitar las oraciones que todavía lograba recordar, pero sólo recuerdo que de pronto, todo se iluminó y empecé a oír voces…

Me incorporé en el trampolín y asomé la cabeza hacia abajo… Unos hombres vestidos con unos monos azules me vieron con cara de sorpresa y me dijeron: ¡Pero chico, que te pasa, baja de ahí…! ¿No sabías que la piscina está hoy vacía y venimos a limpiarla?”.