Y vi a un ángel poderoso, gritando a grandes voces: -«¿Quién es digno de abrir el rollo y soltar sus sellos?» Y nadie, ni en el cielo ni en la tierra ni debajo de la tierra, podía abrir el rollo y ver su contenido. Yo lloraba mucho, porque no se encontró a nadie digno de abrir el rollo y de ver su contenido. Pero uno de los ancianos me dijo: -«No llores más. Sábete que ha vencido el león de la tribu de Judá, el vástago de David, y que puede abrir el rollo y sus siete sellos.»”.

San Juan lloraba … ¿Deberíamos de llorar nosotros ante nuestras disipaciones? Cuando viene a nuestro corazón las palabras que preceden a la comunión: “… pero una palabra tuya bastará para sanarme”; entonces, si quedó sanado el sirviente del Centurión, quizás también quede sanada nuestra indignidad.

Por tanto, ni estamos preparados, ni somos dignos, pero tenemos que dejar que sea Él el que nos guíe, el que se encuentre con cada uno de nosotros … y nos lleve de su mano.

De esta manera, si Dios ha tenido a bien llamar a los “más bajos”, tendremos que levantarnos para aprovechar cada “miga” de gracia divina … Sólo podemos responder dejando a Dios hacer, y quitando de nuestra vida todo lo que no sea suyo.

Yo no soy digno … tal vez tu sí … yo no. Me quedo mirando en el espejo de la que el Señor miró su humillación … Así, le pedimos a la Virgen que nos de una tenue sombra de su correspondencia … ¡nos bastará!