“Me acerqué al ángel y le dije: -«Dame el librito.» Él me contestó: -«Cógelo y cómetelo; al paladar será dulce como la miel, pero en el estómago sentirás ardor.» Cogí el librito de mano del ángel y me lo comí; en la boca sabía dulce como la miel, pero, cuando me lo tragué, sentí ardor en el estómago

Anunciamos una buena noticia, algo que debería alegrar a todos y hacernos verdaderos cristianos dispuestos a todo por el Evangelio… y, entonces, comienza a amargarnos la realidad de nuestro pecado, de nuestra falta de entrega, de nuestra debilidad y del pecado ajeno.

Sufrimos y lo pasamos mal. Desearíamos anunciar lo que los “amigos del pecado” desearían oír. Pero, delante la Palabra de Dios, hay que decir la verdad, no lo que a otros les gustaría escuchar. Lo pasamos mal. Lejos quedan los aplausos fáciles a la controversia y al debate … pero no sabemos anunciar otro mensaje.

“En aquel tiempo, entró Jesús en el templo y se puso a echar a los vendedores, diciéndoles: -«Escrito está: “Mi casa es casa de oración”; pero vosotros la habéis convertido en una “cueva de bandidos.”» Todos los días enseñaba en el templo.”

El Señor no deja de ir al Templo, no deja de “asistir” a la Iglesia … encontrándose con traidores e impenitentes. En ocasiones nos tentará la idea de hacer una iglesia de los perfectos, pero nunca podemos olvidar (¡nunca!), que Dios ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido … Decía aquel padre del desierto: “La Iglesia es un formidable hospital … sólo caben los enfermos. Los sanos no interesan”.

Nos acogemos a la Virgen María, y le pedimos fidelidad al don recibido … ¡Es enorme!