La lectura del evangelio de hoy puede sobrecogernos. Pero Jesús no pretende darnos miedo sino anunciarnos de que en medio de las dificultades va a triunfar su misericordia. Mañana he quedado con un grupo de jóvenes que plantean las lógicas inquietudes sobre el misterio del mal en el mundo. No sé que preguntarán en concreto pero ya desde ahora doy vueltas a lo que leemos en el Catecismo: “Si Dios Padre todopoderoso, Creador del mundo ordenado y bueno, tiene cuidado de todas sus criaturas, ¿por qué existe el mal? A esta pregunta tan apremiante como inevitable, tan dolorosa como misteriosa no se puede dar una respuesta simple. El conjunto de la fe cristiana constituye la respuesta a esta pregunta”.

Así, mientras avanzamos hacia el final de los tiempos, son muchas las ocasiones en las que podemos pensar que todo se acaba. Se ha hablado mucho de los presagios terribles que, alrededor del año mil, se dieron en Europa. Parece, aunque hay quien lo discute, que entonces algunos anunciaban ya el fin del mundo. Debieron ayudar, quizás, algunas guerras y epidemias. Pero, en aquel entonces también floreció mucha santidad. Por otra parte lo que podemos considerar de en su dimensión mundial y cósmica también podemos aplicarlo a nuestra propia vida. Porque, en ocasiones nos sentimos asediados por las dificultades y parece como si todo fuera a hundirse. Entonces hemos de levantarnos y alzar la cabeza, como nos dice Jesús en el evangelio, para recordar que su misericordia es más grande y que Él es el verdadero Señor de la historia. Si siempre nos visita con su salvación, también en esos momentos, de alguna manera, está más cerca.

La fe va unida a la esperanza. Esta la podemos vivir de muchas maneras. Pronto se iniciará el tiempo de Adviento que, del alguna manera, podemos decir es una tiempo para la “esperanza tranquila”, porque preparamos el tiempo de Navidad con la certeza de que Dios se hizo carne. Pero, en los días finales del Año Litúrgico se nos habla con más insistencia de la segunda venida de Cristo. De ella tenemos un anuncio pero no es algo que podamos recordar porque aun no ha sucedido. De ahí que la esperanza sólo puede afianzarse en la confianza que tenemos en el amor de Dios. Todo lo que nos ha prometido va a cumplirse.

En la primera lectura tenemos un ejemplo en Daniel. Se había prohibido rezar a cualquier Dios y, lógicamente, Daniel, no obedeció. Entonces fue arrojado al foso de los leones. Pero estos no le hicieron daño. Vemos ahí que siempre hay que perseverar en la práctica del bien y en la obediencia a Dios sin temer nada porque él es fiel a sus promesas. No siempre eso es fácil y, sin duda, muchos hombres y mujeres viven situaciones angustiosas. Pidamos por todos los que se encuentran en momentos de dificultad y también para que nosotros perseveremos en la confianza y el amor de Dios.