El final del Año Litúrgico ha coincidido con la fiesta de san Andrés. Mañana empieza el Adviento. Sabemos de él que era de Betsaida, hermano de Pedro y como él pescador. Por el evangelio de Juan conocemos que fue de los primeros en conocer a Jesús y que así se lo hizo saber a su hermano. Después, como narra el evangelio que hoy leemos en Misa, lo dejó todo para seguir al Señor cuando este lo llamó a orillas del mar de Galilea. Fue uno de los Doce Apóstoles y desde el principio, muy interesado en llevar gente a Jesús. Quería que otros tuvieran su misma experiencia y conocieran a Quien había cambiado su vida. Junto a Felipe intercedió por unos griegos ante Jesús y fue quien avisó al Señor de que había un niño con unos pocos panes cuando la multiplicación. Se nos dice que murió martirizado en una cruz en forma de aspas, que ha tomado su nombre.

La coincidencia con el final del Año Litúrgico nos mueve a alguna reflexiones. Andrés anuncio la muerte y resurrección de Jesús. Había convivido con él durante unos tres años y un día hubo de afrontar el suplicio de la cruz, aceptar que el Señor había vencido a la muerte y ver como se despedía de ellos bendiciéndolos en su subida al cielo. Andrés después recibió, junto a los demás apóstoles, el Espíritu Santo y dedicó ya toda su vida a anunciar el evangelio. Vivió los inicios de la Iglesia y al mismo tiempo que era testigo de la fuerza salvadora del evangelio también experimentó la contradicción que le condujo al martirio. Pero no desfalleció en su confianza en Jesús. Durante aquel tiempo ya no veía a Jesús físicamente ni oía su voz como antes, pero sabía que el Señor estaba con ellos, con su Iglesia, y vivía con entusiasmo el poder contribuir a la expansión del evangelio. Su deseo de ir con Jesús al que amaba no lo encerraba en cavilaciones nostálgicas sino que lo encendía para mostrarle su amor comunicando a los demás lo que era su vida.

Ahora Andrés participa de la gloria de Cristo en el cielo. Por eso es san Andrés. Por eso también acudimos su intercesión. Vivió momentos de oscuridad en la que los cristianos eran perseguidos, pero no le faltó la luz que comunica la Buena Nueva de Jesucristo. Había conocido lo que sucedió en el Calvario y en el sepulcro y por tanto no podía dudar del poder del amor de Dios. Para el la oscuridad no era oscura sino ese momento en que Dios parece substraerse para hacer todas las cosas nuevas. Vivía aquellos acontecimientos como si hubiera estado presente en la creación del mundo y viera aparecer de la nada todos los seres que ahora forman el Universo tan maravilloso que contemplamos. Lo veía por la fe y por ello sabía que en los avatares de la historia Dios va entretejiendo la salvación de los hombres. Jesús es Dios encarnado y le había elegido a él, un desconocido pescador de Galilea, y comprobaba a diario la maravilla de la elección y cómo Dios se sirve de nosotros para seguir comunicando su misericordia. Así actúa Dios. Con medios que el mundo considera insignificantes pero a través de los cuales Él difunde su misericordia.

San Andrés, una de las columnas de la Iglesia, que nos anima con su ejemplo y nos protege con su intercesión.