Miércoles 4-12-2019, I de Adviento (Mt 15, 29-37)

«Acudía a él mucha gente llevando tullidos, ciegos, lisiados, sordomudos y muchos otros; los echaban a sus pies, y él los curaba». El pueblo de Israel llevaba siglos esperando la venida del Mesías de Dios. Los profetas lo habían anunciado, los maestros de la ley lo predicaban constantemente y la expectación crecía con la espera: Dios va a venir a salvarnos. Esta era la gran esperanza de los judíos. En el fondo, era la gran esperanza del mundo entero. Todos los hombres aguardamos de una manera o de otra nuestra salvación, la liberación de todos nuestros males. Y, por eso, muchos judíos se habían preguntado cómo serían esos tiempos futuros, y qué signos mostrarían la presencia de Dios en medio de los hombres. De modo especial, el Señor reveló a sus siervos, los profetas, los portentos que se obrarían en aquellos días. Lo hemos escuchado en la primera lectura: «Aquel día, el Señor de los ejércitos preparará para todos los pueblos, en este monte, un festín de manjares suculentos. (…) Aniquilará la muerte para siempre. El Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros, y el oprobio de su pueblo lo alejará de todo el país». ¿No ves como todo eso ya ha sucedido?

«La gente se admiraba al ver hablar a los mudos, sanos a los lisiados, andar a los tullidos y con vista a los ciegos, y dieron gloria al Dios de Israel». Todos lo estaban viendo con sus propios ojos. Se estaban cumpliendo las antiguas promesas. Todo lo que se había dicho de los tiempos futuros se hacía realidad. Y ellos eran testigos. Si nos metemos en la escena, como uno más de aquellos judíos, se comprende perfectamente la alegría de aquellas gentes: la salvación había llegado a ellos. Y por eso daban gloria a Dios. Pero todo esto no son historias de hace 2.000 años. El poder del Señor no es algo del pasado… ¿No has visto nunca como el Señor prepara un banquete y sacia a miles de pobres hambrientos y sedientos cada día en la Eucaristía? ¿Y alguna vez has experimentado como él arrancaba de ti el velo de la ignorancia, del error o de la soberbia, que te impedía ver? ¿Y acaso no ha enjugado tus lágrimas? ¿No te ha hecho pasar tantas veces de la muerte y del pecado a la vida verdadera y auténtica, al perdón y la gracia? El poder del Señor no es algo del pasado… Tú también lo puedes ver hoy, aquí, en ti.

«Comieron todos hasta saciarse y recogieron las sobras: siete cestas llenas». Las palabras de Isaías se han cumplido. La salvación de Dios, la sobreabundancia de su Amor para con todos los hombres, se ha desbordado sobre la humanidad. Dios se ha convertido en el Dios-con-nosotros. Ante la vista de tantos prodigios de Jesús, los judíos hicieron suyas esas palabras del profeta. Puedes decirlas ahora tú también: «Aquel día se dirá: “Aquí está nuestro Dios, de quien esperábamos que nos salvara; celebremos y gocemos con su salvación”». ¡Aquí está nuestro Dios! ¡Aquí ha venido a salvarnos! ¡Y lo estamos viendo entre nosotros! Con esta alegría acudimos cada día a la Eucaristía, memorial y celebración de la salvación del Señor. Esta es la alegría que nadie nos puede arrebatar.