Jueves 5-12-2019, I de Adviento (Mt 7, 21.24-27)

«Se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca». Estamos escuchando todos estos días del comienzo del Adviento las grandes profecías de Isaías. El profeta (llamado con razón “el quinto evangelista”) nos describe con una profundidad admirable y sorprendente la salvación que Cristo ha venido a traer a la tierra. El texto de hoy tampoco tiene desperdicio: «Tenemos una ciudad fuerte, ha puesto para salvarla murallas y baluartes: abrid las puertas para que entre un pueblo justo». ¿De qué nos está hablando? ¿Cuál es esta “ciudad fuerte”? Estoy seguro de que al leer las lecturas de hoy se te han venido a la mente aquellas palabras del Señor: «sobre esta piedra edificaré mi Iglesia». O quizás estas otras de san Juan en el Apocalipsis: «me mostró la ciudad santa de Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios». También san Pablo nos habla de ello: «estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular». En efecto, esa “ciudad fuerte” es la Iglesia. Dios ya anunció que formaría una sola Iglesia con todos los pueblos de la tierra, una ciudad con “murallas y baluartes” para defenderla, con puertas abiertas para todas las naciones. El Señor lo prometió desde antiguo y lo ha realizado entre nosotros. Porque ninguna palabra suya se queda vacía…

«Pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca». ¡Cuántas gracias le tenemos que dar a Dios por nuestra Iglesia! Su admirable providencia nos llamó a ella sin nosotros merecerlo. Muchos ni siquiera teníamos uso de razón cuando fuimos acogidos en su seno. Ella es uno de los mayores regalos de Dios a los hombres. Una ciudad fuerte, segura, firme y estable que nos acoge a todos en su interior. Con grandes puertas por las que todos los pueblos entran a formar parte de la salvación. Con unas murallas y baluartes que resisten al paso de los siglos y al embiste de todos los enemigos. En ellas no faltan centinelas que ni de día ni de noche dejan de anunciar la palabra de Dios. Y en su centro está su Señor, que es “la Roca perpetua”, la “piedra angular”. Él es el corazón y el fundamento permanente de la Iglesia. Estamos construidos sobre roca, cimentados sobre esta piedra firme que nunca pasará, porque «las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella». Hoy es un día muy bueno para darle gracias a Dios por su Iglesia santa, nuestra Iglesia, de la que tú y yo formamos parte.

«Se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena». Siempre que escuchamos estas palabras, pensamos: “¡Pobre tonto! Mira que no saber que la arena no es buena para echar cimientos…” Pero Jesús no dice que aquel hombre fuera tonto, sino necio. Claro que aquel hombre sabía muy bien que la arena no iba a aguantar las fuertes lluvias, las crecidas de los ríos ni los vientos invernales. El problema no fue ese. Aquel hombre construyó sobre arena porque pensó que nunca le pasarían a él esas cosas, que nunca se le desbordarían los ríos ni que le tocarían tormentas ni ventiscas. Y eso sí que nos sucede muchas veces a ti y a mí: “eso nunca puede pasarme”, “yo no tendré ese problema”… Necesitamos a la Iglesia porque todos necesitamos una madre cuando los vientos, los ríos y las lluvias arrecien contra nosotros. Y no podemos confiarnos pensando que eso nunca nos pasará a nosotros. Las dificultades vendrán, y mejor tener una mano firme y maternal cerca. ¡Gracias, Señor, por la Iglesia!