Viernes 6-12-2019, I de Adviento (Mt 15, 29-37)

«Dos ciegos seguían a Jesús, gritando: “Ten compasión de nosotros, hijo de David”». La Palabra de Dios nos va guiando durante todo este tiempo del Adviento para preparar nuestro corazón para la venida del Señor. Por eso, especialmente durante estos días debemos dejar que esa Palabra cale en nuestro corazón, ilumine nuestros sentidos y transforme nuestra vida. El Adviento es un tiempo especial de escucha de Dios y de su Palabra. El Evangelio de hoy lo protagonizan dos ciegos que suplican su curación a Jesús. Isaías, en la primera lectura, habla no sólo de ciegos, sino también de sordos, oprimidos, pobres, inocentes… En definitiva, de todos los necesitados de Dios. Frente a ellos, nos presenta a todos los satisfechos, sobrados, cínicos, vacíos y orgullosos que se bastan a sí mismos. ¿A cuál de los dos grupos queremos pertenecer? Nuestro Dios es el Dios de los pobres –y no me refiero de pan–, el que resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes. Como aquellos ciegos, cada día podemos vernos más necesitados de Dios.  Si en la oración damos un pequeño repaso a nuestra vida, estoy seguro de que descubriremos que necesitamos más incluso que aquellos dos la salvación de Dios.

«“¿Creéis que puedo hacerlo?” Contestaron: “Sí, Señor”». En el fondo, se trata de una cuestión de fe. En la vida necesitamos tantas cosas… ¿pero Dios puede dármelas? Muchas veces parece que esperamos muy poco de Dios, como si sólo fuera capaz de concedernos un pequeño consuelo, una momentánea sensación de tranquilidad o una modesta gratificación. Le tratamos como un último y desesperado recurso, cuando todo lo demás falla. No estamos acostumbrados a pedir ni a esperar. “¡Tú lo puedes todo!” –nos dicen–, pero no podemos nada… “¡El que la sigue la consigue!”, y casi nunca lo logramos… Esos dos ciegos, sin embargo, lo esperan todo de Jesús, lo piden todo de Él. Ellos están llenos de fe. En este tiempo de esperanza es quizá un buen momento para pedírselo de nuevo todo –¡todo!– al Señor. Porque Él es Dios. Porque nosotros no podemos. Porque le necesitamos.

«“Que os suceda conforme a vuestra fe”. Y se les abrieron los ojos». Es cuestión de fe, lo dice Jesús claramente. Él está deseando actuar, somos nosotros los que nos retrasamos con nuestras excusas, razonamientos y lógicas. Pero nuestro Dios no es así. «Pronto, muy pronto», hemos leído en la primera lectura. Y así es. «Pronto, muy pronto» veremos la salvación de Dios. «Pronto, muy pronto» contemplaremos con nuestros ojos al mismo Dios hecho un pobre Niño indefenso. «Pronto, muy pronto» él curará nuestra ceguera. Pero antes debemos avivar nuestro deseo durante las semanas de Adviento. De eso se trata entonces, de pedir cada día más y más. De esperar cada día más y más. Quizás una buena manera de vivir este tiempo de gracia es repetir todos los días –varias veces al día– una petición a nuestro Salvador: “¡Ven, Señor, que te necesitamos! ¡Ven, Señor Jesús!”