Sábado 7-12-2019, I de Adviento (Mt 9, 35-10, 1.6-8)

«Jesús recorría todas las ciudades y aldeas». Todos los días, en la celebración matutina de Laudes, la Iglesia entera canta con unas palabras del cántico Zacarías: «Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su pueblo». El Adviento es un tiempo propicio para releer, meditar y rezar este cántico recogido por el evangelista san Lucas, conocido como Benedictus. Nunca podemos dejar de maravillarnos por el hecho de que Dios haya visitado a su pueblo. Dios ha habitado en medio de nosotros: ha recorrido nuestros caminos, ha entrado en nuestras ciudades, ha hablado palabras humanas, ha tocado tantos corazones sufrientes… Él nos ha visitado y redimido. Se han cumplido las antiguas palabras de Isaías: «Ya no se esconderá tu Maestro, tus ojos verán a tu Maestro». Después de la venida de Cristo, Dios ya no es un Dios escondido, oculto a nuestros ojos. Todo lo contrario. Él se ha hecho visible, con una carne como la tuya y la mía. Nos ha visitado enseñando, anunciando, curando.

«Al ver a las gentes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor». Toda la historia de la salvación, la historia de Amor de Dios con los hombres, nace del corazón de la Trinidad. El Padre, el Hijo y el Espíritu contemplan el mundo, y de su seno brota una mirada de Redención. Todo lo que creemos en nuestra fe cristiana: el Credo, los sacramentos, la Iglesia, los mandamientos… brota de la infinita Misericordia de Dios, de su mirada de compasión hacia los hombres. No es sino esa compasión la que le hace venir a visitarnos y redimirnos. La mirada de Jesús, de la que hoy nos habla el Evangelio, es precisamente un reflejo de la mirada misericordiosa y compasiva del Padre. Adentrémonos en esa mirada, dejémonos atravesar por ella, y descubriremos que de ella han nacido todos los bienes para la humanidad. Nuestras miradas son mezquinas; mientras que la mirada de Dios salva.

«A estos doce los envió con estas instrucciones: “Id a las ovejas descarriadas de Israel”». Dios no es ningún turista. Él no visitó nuestro mundo como los que viajan para conocer cosas nuevas, tener experiencias distintas y luego recordarlas en los álbumes de fotos. No vino a nosotros para después desentenderse e irse. En Jesucristo, Dios ha habitado entre nosotros para siempre. Él ha venido para quedarse. Por eso, la visita de Dios al mundo continúa en la historia, y su mirada de misericordia permanece por los siglos. ¿Cómo? –quizá te preguntarás– ¿Dónde encontramos hoy a este Dios-con-nosotros? En la Eucaristía, en la Confesión, en los sacramentos. En su Palabra, en la oración, en nuestra alma en gracia. Pero hoy Jesús nos lo deja bien claro: también en la Iglesia y, sobre todo, en sus pastores. Ellos continúan la misión y la presencia de Cristo en el mundo. Lo decía el santo Cura de Ars: “el sacerdocio es el Amor del corazón de Jesús”. Los sacerdotes prolongan la venida de Dios a su pueblo, su mirada misericordiosa, su compasión salvadora. Ellos son Cristo. En ellos, vemos a Cristo.