Domingo 8-12-2019, Solemnidad de la Inmaculada Concepción (Lc 1, 26-38)

«Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo». Imaginemos por un momento que pudiéramos juntar todo lo bello que hay en el Universo. Unir la hermosura de tantos paisajes de la naturaleza, de los amaneceres en el mar, de las más maravillosas obras de arte, de las melodías más suaves y dulces, de los resplandores de las lejanas estrellas… Piensa por un momento que se pudiera poner todo junto en el mismo lugar, ¡toda la belleza! Pues Dios ya lo ha hecho. Él ha reunido en una sola persona todo lo hermoso, puro y limpio que se puede encontrar en el Universo. Y esa persona es María. Así lo canta la Iglesia –y tú y yo– en este gran día de fiesta: “Eres toda hermosa, María, y no hay en ti mancha de pecado”. En este día de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, todo lo que digamos de nuestra Madre es bien poco. Ella es la toda pura, la toda santa, la toda hermosa, brillante como el sol, resplandeciente como la luna y las estrellas, ella es la elegida por Dios, la predestinada para tan alta misión de llevar en su seno al Creador. Con Isabel, nosotros también queremos hoy felicitarla: «¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!».

«Has encontrado gracia ante Dios». Todas las fiestas de la Virgen son un motivo de alegría y felicitación para el pueblo cristiano. Nunca faltan los motivos para honrar a una madre. Pero cada solemnidad que celebramos nos enseña un aspecto concreto de la Virgen, y por eso nos ayuda también a ser mejores hijos de Dios, mejores hijos de María. En este día es bueno que nos preguntemos: ¿por qué es María tan hermosa? ¿Cuál es la belleza que resplandece en ella? Grandes autores han comparado a María con una hermosa vidriera de una de nuestras grandiosas catedrales. Para que el cristal deje pasar la luz del sol, debe estar limpio de toda mancha. Así es María. Ella es la que deja pasar totalmente la luz de Dios a nuestro mundo, porque a través de ella Jesucristo (“Luz de Luz”) entró en nuestra historia. La belleza de María no es otra que la de ser un cristal totalmente transparente y limpio. Date cuenta que una ventana cuanto más se ve, más sucia está… Sin embargo, en la Virgen resplandece toda la hermosura de Dios. En ella no hay manchas ni grietas que impidan el paso. La belleza de María es la belleza de su sí incondicional y absoluto a Dios. Le dejó obrar; ella sólo asintió.

«Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra». En María contemplamos hoy la belleza de la gracia. En ella descubrimos que Dios siempre hace cosas bellas. Toda obra de Dios lleva como su firma y su sello la belleza. Porque la perfección de Dios se refleja en todas sus obras. Al contrario, somos los hombres lo que todo lo hacemos feo con nuestras infidelidades y pecados. En la primera lectura del Génesis aparece con toda claridad: por el pecado entró en el corazón del hombre el engaño, la mentira, la ruptura, la división, el ocultamiento… Pero la presencia maternal de María nos enseña que no está todo perdido. Dios ha vencido al pecado y al mal. Precisamente en la Virgen se ve del modo más claro esta victoria: Dios ha hecho a María la toda santa, la ha adornado con su gracia y la ha preservado de todo pecado. Desde la Concepción Inmaculada de María, que hoy celebramos, el mal ya no tiene la última palabra en este mundo. La gracia es más fuerte que el pecado; la vida se alza sobre la muerte; el Amor vence al odio. ¡Y todo comenzó en ti, María, la toda hermosa!