Las lectura de este lunes nos presentan en su conjunto uno de los fenómenos más destacados de la Historia de la Revelación, que por conocido, no deja de ser para los cristianos de ayer y de hoy, sorprendente. Podríamos enunciar este principio así: Dios siempre cumple sus promesas. Y es que en la primera lectura, tomada de la profecía de Isaías, se enumeran los prodigios y regalos que la venida del Mesías traerá para el pueblo: vista para los ciegos, oído a los sordos, canto para los mudos… y todo ellos regado por las aguas de la alegría que brotan en el desierto.

Verdaderamente como promesa no está mal, porque hoy en día, somos conscientes de que en nuestro mundo cumplir a palabra dad no es lo común. De hecho hablamos de la época de la post-verdad, que no es más que un eufemismo de la mentira, un poco de maquillaje para algo que en realidad nos avergüenza. Cumplir la palabra es el primer requerimiento, el requerimiento indispensable para ser creíble, para ser confiable. Por eso nuestro mundo es el mundo de las desconfianzas y de las soledades… dice el poeta que largo se le hace el día a quien no ama, y el los sabe, pues el que no ama, es quien no confía, quien vive en la soledad, quien está abandonado de todos y de todo… Aún en ese desierto Dios puede irrumpir como un torrente de agua viva.

El evangelio que hemos escuchado a continuación supone el cumplimiento de la primera profecía. Sí, Dios es creíble porque Dios cumple de forma intemporal su palabra, ciertamente en la curación que se nos ofrece hoy Jesús cura al paralítico, pero, como en casi todo lo que hace Jesús va más allá, puesto que no solo esta cumpliendo aquella profecía de Isaías, sino que está yendo mucho más allá, le perdona los pecados, rompiendo la peor enfermedad, la que destruye nuestro ser más íntimo, la que nos arroja en manos de las tinieblas y la soledad, lo que nos sumerge en la tristeza más profunda.

Podemos pues aclamar con el salmo: Nuestro Dios viene y nos salvará. Porque sabemos que cumple sus promesas, y si superamos el vértigo de asomarnos a nuestra vida, podremos entender, aunque nos cueste, que nuestra propia historia es historia de Salvación, que nuestras idas y venidas, nuestros recovecos y oscuridades, nuestras dobleces… son parte de esa maravillosa historia en la que Dios nos persigue para llevarnos a la verdadera alegría, a la verdadera felicidad.

Esto es Adviento, entender y prepara su venida a nuestras vidas, y para esto nunca es tarde, para esto siempre hay tiempo, siempre hay una nueva oportunidad. Y porque somos consciente podemos repetir con los apóstoles la frase que da título a esta homilía: «Hemos visto cosas admirables»